lunes, 14 de febrero de 2011

De la razón a la locura

"Hay siempre algo de locura en el amor; pero siempre hay algo de razón en la locura." - Friedrich Nietzsche

¿Cómo puedes estar haciéndome esto? ¿Por qué no me di cuenta antes? No me lo puedo creer, no sé cómo no he conseguido sacarte aún de mi cabeza. Cada uno de mis pensamientos gira aún en torno a ti. Aquí me tienes, delante de un folio en blanco, cuando podría estar haciendo otras mil cosas, y estoy escribiéndote esto. Quizá dejándote entre estas líneas consiga que en mi cerebro haya un poco más de espacio para pensar en lo importante.

Y es que odio esta sensación. No puedo soportar más el hecho de caminar por inercia, porque mi cuerpo sabe que tras mover un pie debe mover el otro. Y aún así, cada vez que tropiezo, sigo esperando que estés allí para recogerme antes de caer. Pero no estás, y así he caído una y mil veces desde que te fuiste.

¿Y sabes qué es lo peor de todo esto? Que fui yo quién decidió terminar. Fui yo la que se prometió que sería capaz de olvidarte, que podría sacarte de mi cabeza sin ningún problema. Pero hubo algo que no supe tener en cuenta. No estabas en mi cabeza, tu imagen estaba grabada a fuego en cada poro de mi piel, en cada músculo, en cada célula, en cada rincón de mí, allí estabas tú.

¿Por qué me hiciste caso cuando te dije que te fueras? ¿No alardeabas tanto de quererme? Pero claro, era yo la que no creía en el amor, te lo repetí una y mil veces antes de que decidieses arriesgarte y lanzarte a por mí. Te lo repetí tantas veces que al final acabaste por creerlo tú también, al igual que lo creía yo. Pero, pobre de mí, ahora sé que no es cierto, te amaba, te he amado como a nadie, y aunque me duela reconocerlo, sigo amándote.

¿Por qué no luchaste por mí? ¿Por qué no discutiste conmigo? Sabes que me encantan las discusiones, pero desde que no estás no tengo ningún oponente digno, ya sólo discuto conmigo misma. ¿Alguna vez te preguntas cómo estoy? Yo me pregunto por ti a menudo. Me he preguntado cientos de veces si tú también te sentirás como yo, si habrás sido capaz de olvidarme o si estarás también luchando por expulsarme de tus pensamientos.

Sin ti ya nada es lo mismo, ya no puedo ver una película sin pensar en cómo reaccionarías al ver una determinada escena, ya no tengo a nadie con quien comentar lo que más me ha gustado de los últimos discos que he escuchado, ya no estás para leer conmigo todas las noches antes de acostarnos…

Y, ¿por qué? Muy sencillo, porque tuve miedo. Te estabas acercando demasiado a mí, te quedaban muy pocos rincones de mi mente por conocer, y siempre me ha atemorizado la idea de que quien llegue a saber totalmente como soy, quien llegue a conocer mi personalidad al completo, no quiera estar más tiempo a mi lado.

Decidí terminar antes de que eso sucediera, aunque es posible que guardase la esperanza de que lucharas por mí, de que me preguntaras por qué quería acabar, de que me aseguraras que eso que yo tanto temía no iba a ocurrir. Pero no fue así, tu rostro reflejó el dolor de mil corazones rotos cuando te pedí que te fueras, cuando te dije que no había nada más que hacer por nosotros, pero no fuiste capaz de decirme nada, no te molestaste en preguntar, simplemente empaquetaste tus cosas y saliste por la puerta. En aquel momento pensé que sería lo mejor, pero ahora aún me duele el recuerdo de esa expresión de dolor que se ha quedado grabada a fuego en mi mente.

Desde entonces todas las noches te veo en mis sueños, todas mis pesadillas terminan con tu rostro en ellas, con el sonido de un corazón rompiéndose, como si se tratara de un delicado envase de vidrio.

Es gracioso, ¿no crees? Que sea precisamente yo la que esté escribiendo estas líneas mientras que tú, que tantas veces te llevaste a los labios la palabra amor, que tantas veces la empuñabas como si fuera al arma más poderosa del mundo, te fuiste sin si quiera mirar atrás.