domingo, 22 de junio de 2008

Condenada

Y corrí, perdiéndome en el interior de aquel hermoso, pero a la vez, siniestro bosque. Las ramas golpeaban con fuerza mi cuerpo y mi cara, y a mi paso los animales huían atemorizados. Al percatarme de esto, me di cuenta de que yo también estaba huyendo, y no recordaba de qué. Algo me había asustado, una sensación, una sombra, ¿o quizás estaba huyendo de mi misma? Por más que lo intentaba, no lograba averiguar qué era lo que me había hecho correr de esa manera.

Cuando sentí que ya me había internado lo suficiente en la espesura del bosque y estaba a salvo, paré a descansar. Una vez que mis niveles de adrenalina se normalizaron me di cuenta de lo cansada que estaba, y, al mirar el reloj, no pude reprimir un pequeño grito de sorpresa que hizo que un búho saliera volando de la rama en la que estaba posado. ¡Llevaba más de una hora corriendo! Para mi habían sido como cinco minutos, había perdido completamente la noción del tiempo.

Decidí sentarme, y de pronto me encontré en una total armonía con aquel bosque. Escuchaba y entendía sus sonidos, y los animales ya no huían de mí. Sentí como si me hubiera fundido con la esencia de aquel inhóspito paraje, que pocas veces había pisado un ser humano.

Y de repente, un escalofrío recorrió mi espalda, sacándome de aquel estado de ensoñación en el que me encontraba. Lo que vi frente a mi me hizo quedarme completamente paralizada. No podía ser, aquella imagen… ¡era yo! Parecía como si el bosque se hubiera callado, ahora únicamente podía escuchar los latidos de mi corazón y la respiración de aquel ser que no sabría cómo describir. Era mi imagen, pero, no podía ser yo. Mi verdadero ser estaba allí, sentado, en la espesura del bosque, mientras que un ser con mi misma imagen estaba de pie frente a él. ¿Qué ocurría?

Entonces, aquella imagen empezó a desvanecerse, y sólo quedó allí una sombra, pero yo continuaba escuchando su respiración, o sus respiraciones, ya que parecía como si ahora hubieran formado un círculo a mi alrededor, mirara dónde mirara, escuchaba la misma respiración, que iba acercándose a mi cada vez más. Y cuando creía que aquel círculo se había cerrado a mi alrededor y ya no tenía escapatoria, desperté.

En cuanto me incorporé, empapada en sudor, alargué la mano hasta el interruptor y encendí la luz. ¿Había sido únicamente una pesadilla? Parecía tan real… Me levanté, me acerqué a la ventana, y allí estaba, aquel bosque que siempre me había dado miedo, en el que nunca me había atrevido a adentrarme, y lo había hecho por primera vez en sueños. Traté de aclarar mis ideas, “sólo ha sido una pesadilla”, me repetí una y otra vez mientras observaba el bosque. Y entonces, los pelos de mi nuca se erizaron, y una respiración hizo que mi corazón diera un vuelco y yo diera media vuelta, muerta de miedo. Pero, allí no había nada, o por lo menos eso pensé al lanzar el primer vistazo a la pequeña habitación. Tuve que tranquilizar los latidos de mi corazón para conseguir escuchar aquella respiración, la misma que había escuchado en mi pesadilla. Pero, ¿había sido una pesadilla o había sido real? De repente lo vi, en la esquina de mi habitación, una sombra, que se dirigió hacia mí. Conforme se acercaba, no me atrevía a mirarla, así que cerré fuertemente los ojos, esperando que aquello fuera también un sueño, y despertar en mi cama de un momento a otro.

Desperté, pero no en mi cama, si no en mitad de aquel bosque, al que había huído, en el que nunca antes me había atrevido a entrar. Desde entonces, trato de encontrar la salida, pero lo único que consigo es desesperarme, un poco más en cada ocasión. Parece que nunca podré salir de aquí. Aún no he conseguido averiguar porqué me han castigado, ya que esto es una castigo, al igual que todos los que he leído en los cuentos y leyendas a lo largo de mi vida: “condenada a vagar eternamente por este bosque, sin encontrar la salida”.

jueves, 12 de junio de 2008

Una visita inesperada

Cuando desperté él estaba allí, en mi habitación, mirándome desde la esquina. Intenté gritar, pero de mi garganta no salió ningún sonido, era como si él me lo hubiera impedido. Pero, ¿cómo lo había hecho? Y más importante, ¿qué estaba haciendo en mi habitación? Quise alargar el brazo para alcanzar el interruptor y encender la luz, pero no podía moverme, ¿qué me había hecho? Me había paralizado por completo, aún no sé cómo lo consiguió. De repente, él me mostró una vela, y, sin mover los labios me dijo que me liberaría de la parálisis si le prometía no gritar ni encender la luz. Aún no sé cómo le dije que sí, ya que no podía articular sonido alguno ni gesticular si quiera, pero él me liberó. Entonces sentí como si me hubieran liberado de unas ataduras que tenía desde hacía muchísimo tiempo. Una vez pude hablar, le invité a que cogiera una de las sillas que había junto a mi escritorio y se sentara. Aceptó la invitación, y se sentó de frente a mí. Colocó la vela que me había mostrado antes en el espacio que quedaba entre los dos. Yo me había incorporado y estaba sentada en mi cama. Cuando la vela iluminó su rostro pude fijarme bien en sus rasgos y sus facciones. Era un hombre, muy joven, quizá un adolescente, y era guapísimo, aunque realmente parecía un fantasma por lo blanco de su rostro. Además, vestía completamente de negro. Me dijo entonces que no era persona como yo, si no que era mitad ángel mitad demonio y vivía condenado en la tierra. Condenado a tener siempre la misma edad, y a sufrir las mismas penas cada año.
Sabía lo duro que era ser adolescente, así que no pude evitar compadecerme de él. Pero no podía explicarme como alguien podía ser mitad ángel y mitad demonio. Él, como si me hubiera leído el pensamiento me dijo que me concedía el derecho de hacerle tres preguntas, pero que las eligiera bien, ya que no me daría una segunda oportunidad para hacerle más. Me dijo también que podía contestarme a cualquier cosa que yo le preguntara, salvo una, que era: ¿existe Dios?
Empecé a pensar en qué preguntas hacerle, pero se me ocurrían tantas que no podía elegir. Por mucho que yo le hiciera esperar él no mostraba ningún signo de impaciencia. Además, me di cuenta de que las tres veces que había mirado el reloj, marcaba la misma hora. Así que él había parado el tiempo… ¿Cuánto llevaría allí? ¿Cuánto tiempo habría estado yo paralizada?
Las posibles preguntas se iban acumulando en mi cabeza y, como una cascada, cada vez llegaban más. Genial, había conseguido un desagradable dolor de cabeza. Así que me decidí a seleccionar entre tantas preguntas y me arriesgué a hacerle la primera de las tres que me correspondían.
¿Cómo podía ser alguien mitad ángel y mitad demonio? Él miró fijamente al vacío antes de responder. Me dijo que su madre era un ángel, pero que discrepaba con la hipocresía que encontraba en el Cielo y, en uno de sus muchos viajes, conoció a su padre y se enamoró de él, sin saber que era un demonio. Cuando al poco tiempo nació él, los habitantes del Cielo se dieron cuenta de su condición de demonio y lo desterraron a la Tierra, donde vivió como si fuera un huérfano hasta que cumplió los 19 años. A esa edad le dijeron la verdad sobre él y qué era lo que había pasado con sus padres. Su madre fue condenada a vivir en el Cielo, sin poder salir de allí, y su padre fue expulsado del Infierno y condenado a vagar eternamente por los diferentes submundos. Él, a su vez, como ya me había dicho, fue condenado a vivir año tras año la edad de 19 años. Según me explicó, un hechizo lo protegía de que la gente lo reconociera, ya que tras haber pasado un año con él, al año siguiente no lo recordaban, y él ya no existía para ellos.
Esa fue su respuesta, y me invitó a hacerle una segunda pregunta. Yo ya me sentía más confiada y me lancé enseguida a preguntarle:
¿Qué hacía en mi habitación esa noche? Por su sonrisa, parecía que ya se esperaba esa pregunta. Me dijo que, como condenado, tenía derecho a visitar una noche al año a alguien hasta que encontrara algún alma dispuesta a liberarle. Según me dijo, llevaba un tiempo observándome; había visto lo mal que lo había pasado a principio de curso, cómo había solucionado mis problemas, como había roto una relación con una amiga, como había ido conociendo y trabando amistad con gente de la facultad que realmente merecía la pena e, incluso, como había madurado. Así que finalmente se decidió a visitarme, y allí estaba esa noche.
Con la mirada, me invitó finalmente a hacerle mi tercera y última pregunta, pero me advirtió que tuviera cuidado, que no la malgastara. Creo que me costó una eternidad decidirme, pero finalmente le pregunté:
¿Qué tengo que hacer para liberarte? De repente, un destello invadió por completo mi habitación,
pareció como si cielo e infierno se dieran la mano, como si firmaran un tratado sobre aquella alma, dejándola libre de todo pecado...

Duró un segundo, quizás dos, pero estoy segura de que a ambos nos pareció eterno. Cuando desapareció y mis ojos se adecuaron de nuevo a la oscuridad pude ver como había un brillo y un color nuevos en su rostro, era como si realmente entonces fuera una persona, y así era. Me explicó que lo único que había que hacer para liberarle era interesarse en como hacerlo, tal y como había hecho yo. Me dijo también que siempre me estaría agradecido por lo que había hecho por él.
Ahora que ya nada me impedía hacerle una pregunta más, le pregunté que sería de él, y me dijo que ahora podría vivir la vida que siempre había soñado al ver como todo el mundo vivía la suya mientras él estaba atrapado.
Cambiaron los papeles, y fue él quien me preguntó si podríamos seguir en contacto a partir de esa noche, y, sin dudarlo un instante, le dije que sí. Entonces él se fue, se desvaneció, no sé cómo, pero aún conservaba y conserva alguno de los poderes de los que le dotaba su condición de híbrido. Miré el reloj, eran las 5 de la mañana, y tenía que levantarme a las siete para ir a clase. Esas dos horas, dormí como si nunca hubiera dormido antes.
Desde entonces,
cada noche le veo en mi ventana, viene a visitarme como el primer día: pero ahora no tengo miedo.

domingo, 1 de junio de 2008

La Muerte Me Enseñó A Vivir

Junio de 2000

A mi hija, Jane:

Este mes, lo he recordado hoy, hace treinta años que no te vemos, ni tu padre ni yo. Te marchaste demasiado pronto, nuca tuve oportunidad de contarte nuestra historia, y me gustaría hacerlo ahora.

Tu padre y yo nos conocimos en el año 1958, cuando ambos éramos estudiantes. Puede que te resulte difícil de creer, pero es cierto, tu padre y yo fuimos estudiantes en una ocasión. Nos conocimos en dicho año, él me invitó a salir y, aunque te parezca que esto es un cuento de los que te contábamos cuando eras pequeña, nos enamoramos. Tu padre era un hombre maravilloso, me llevaba a cenar, a bailar,…Fue unos meses más tarde cuando descubrí que estaba embarazada. No sabía que hacer, no podía decírselo a mis padres, se habrían enfadado muchísimo, así que se lo dije a tu padre y juntos tomamos la decisión que marcaría el resto de nuestras vidas. Decidimos casarnos e irnos a vivir juntos a algún pueblecillo donde viviese poca gente. No puedes imaginarte cual fue nuestra sorpresa al descubrir que el pueblo que habíamos elegido estaba habitado por varios jóvenes de nuestra edad que habían decidido llevar un estilo de vida comunitario.

Nos recibieron con tal cariño, como si ya nos conociésemos, que enseguida simpatizamos con ellos, qué decirte a ti de su personalidad, de su amabilidad, si prácticamente te criaron ellos. Eran un grupo de jóvenes que habían decidido vivir en completa paz, que renegaban del militarismo, de las acomodadas clases medias, del nacionalismo,… Al principio, tu padre y yo nos sorprendíamos al ver como todos ayudaban a todos, no estábamos acostumbrados a algo así, de donde nosotros veníamos cada uno tenía que hacer las cosas por sí solo, y pedir ayuda era una muestra de debilidad.

Había entre ellos tanto gente con estudios y una carrera, como gente que había abandonado su casa únicamente con lo puesto, los había que ni siquiera sabían leer. Todos los días dedicábamos, si, ya éramos como de la familia, dos horas a enseñar a leer y las matemáticas básicas a aquellos que no sabían. ¿Te acuerdas de Jeff? Siempre te decía que te había visto nacer, era mucho más que eso, te había visto desarrollarte durante todo mi embarazo. Era el médico del grupo, y siempre tenía un rato para todos nosotros. Él me ayudó durante todo el embarazo que, por cierto, no fue nada fácil, lo pasé fatal, lo único que hacía era vomitar y estar en cama, no me dejaban levantarme. Tu padre pasaba muchísimas horas a mi lado, por mucho que yo insistiese en que saliese y ayudase a los demás a hacer las cosas.

Por fin llegó el día del parto, y, al igual que el embarazo, tampoco fue cosa fácil. Lo recuerdo como si fuera ayer, los dolores, los gritos (míos y de tu padre, no puedes imaginarte lo fuerte que le apretaba la mano) y a Jeff diciendo que era el parto más difícil que había atendido nunca. Tras veintiséis horas de intenso dolor y cansancio, llegaste al mundo. En ese momento me di cuenta de que había merecido la pena, eras preciosa y tenías los ojos de tu padre, de un azul intenso. Jeff dijo que todo estaba en orden, y nos explicó a tu padre y a mi como debíamos sostenerte en brazos y a mí me explicó como darte el pecho.

Creciste tan rápido que no sé qué decirte sobre tu infancia, es más te acordabas de muchísimas cosas, nunca logré explicarme cómo podías tener tal memoria. La verdad es que no sé que contarte, tu padre podría contarte más que yo, pasó muchísimo tiempo contigo, pero últimamente tiene lagunas mentales. Los dos pasamos mucho tiempo contigo, sobre todo durante tus dos primeros años de vida, eras tan pequeña, tan frágil, que nos daba miedo dejarte sola. Pero volví a quedarme embarazada, y este embarazo fue todavía peor que el anterior. Lo pasé fatal, no me dejaban salir de la cama, y pasaba todo el día vomitando. Sin embargo, el parto fue menos doloroso que el tuyo, aunque, claro, eso probablemente esté debido a que me desmayé y me desperté cuando tu hermano ya había nacido. Me dijeron que habían pasado treinta horas, y casi me desmayo de nuevo.

Jeff no pudo explicarse porqué, y yo todavía no lo entiendo, pero en esta ocasión sufrí de depresión posparto, de lo que no había sufrido cuando te di a luz a ti. Pasé prácticamente cuatro meses sin salir de mi habitación, por mucho que tu padre y nuestros amigos intentaran convencerme de que saliera, de que tenía dos hijos preciosos que me necesitaban. Ahora mismo no estoy nada orgullosa de ello, y suerte que prácticamente al mismo tiempo que yo la mujer de Jeff había dado a luz y pudo darle el pecho a tu hermano. Fueron unos meses muy duros, tanto para mi como para tu padre y para ti. Él, que tenía que encargarse de dos hijos, y tú, que no sabías porqué yo te había abandonado, ya que así lo que creías, aunque te dijeran que yo estaba enferma, te negabas a aceptar que yo estuviese enferma, tenías tres años, y para ti los padres eran algo que siempre estaba allí, que nuca fallaba, pero yo te había fallado.

Estábamos en el año 1961 y tu padre, un gran aficionado de la música estaba empezando a oír hablar de un grupo que tocaba en distintos locales de Inglaterra, conocido como The Beatles. Estuvo escuchándolos en diversos locales, y le gustó como sonaban, sobre todo el carisma de su líder, John Lennon. Gustándole tanto la música, no es de extrañar que quisiese que sus hijos aprendiesen música, y te compró un piano. Cuando todavía me negaba a salir de mi habitación tu empezaste a tocar, y creo que fue la música la que me ayudó a salir del profundo pozo en el que había caído. No creas, no tocabas tan bien, fueron los golpes que les dabas a las teclas lo que hizo que yo despertase. Tranquila, es una broma. Aprendiste a tocar prácticamente en una semana desde que tu padre trajese ese piano. Bromeaba ante sus amigos diciendo que eras una futura Mozart, y hubieses llegado a serlo. Tu hermano, a quien por cierto, llamamos Jeff en honor al médico que tanto había cuidado de nosotros, se sentía intrigado por el funcionamiento del piano, sin embargo, tú no le dejabas acercarse a él, lo querías solo para ti, era tu posesión más valiosa.

En 1963, The Beatles publicaron su primer álbum, y tu padre te lo regaló completamente emocionado. Hacía ya dos años que yo había superado mi depresión, pero todavía me sentía alejada de vosotros, quizá sea por eso por lo que me volqué en las actividades a realizar en la aldea, y en las manifestaciones y sentadas a las que acudíamos, y a las que, de vez en cuando, tu padre acudía conmigo. Vi encantada como te daba el disco, y como tu te tirabas a su cuello al descubrir lo que era, tu padre había conseguido lo que se proponía, había hecho de ti una completa aficionada a la música. Tras escucharlo completamente en dos ocasiones eras ya capaz de tocar la mitad de sus canciones. Recuerdo que te encantaba la canción Love Me Do, y que podías pasar horas tocándola sin parar, y yo cantaba contigo. Eran los momentos en los que más cercana a ti me sentía, cuando me sentaba al piano para cantar contigo. Escuchamos ese álbum miles de veces, hasta que, 8 meses después, el grupo editó un segundo álbum, llamado With The Beatles, que, cómo no, tu padre te regaló. Una vez más aprendiste a tocar todas las canciones sin necesidad de una partitura. Tu padre nunca se había imaginado que ibas a tener tal talento para la música, créeme, lo sé. En este álbum, tu canción favorita fue Roll Over Beethoven, te gustaba el ritmo que tenía, aunque no podías tocarla entera con el piano, ya que tenía partes en las que únicamente se apreciaba la guitarra. Pero eso no fue problema para tu padre, que tocaba la guitarra desde los cinco años.

Tu padre había acertado, te encantaba el grupo, y llegaste a conocer todas sus canciones de memoria, al igual que yo, que las cantaba contigo. Pasábamos horas al piano cantando, y la gente del pueblo venía a vernos cantar, bueno, a ti tocar, siempre que tenían un rato libre.

Dos años después, en 1965, The Beatles editó el que fue su quinto álbum, el que fue sin duda tu favorito desde la primera vez que lo escuchaste, titulado Help! Desde que escuchaste ese álbum, decidiste que nunca ibas a separarte del piano, que harías de él tu forma de vida. La canción que cambió tu vida fue: Yesterday, una canción que te hizo llorar la primera vez que la escuchaste, la segunda, la tercera, y terminabas llorando siempre que la cantabas.

A partir de ese año, tu padre empezó a enseñar a tu hermano a tocar la guitarra, y aprendió rápidamente, aunque no con tanta facilidad como lo hiciste tú, tenía talento, pero no tanto. Desde ese momento, los dos os dedicabais a la música, y tu padre y yo a las manifestaciones y las tareas del pueblo. Todos nos decían que era raro que todavía siguiésemos aguantándonos y apoyándonos el uno al otro, y yo me preguntaba como podía seguir tu padre apoyándome a mí después de lo que le había hecho pasar con mi depresión. Pero lo cierto es que seguíamos juntos, y teníamos dos hijos maravillosos, así que lo nuestro debía ser amor, ya que todavía seguimos juntos, aunque cada vez nos valemos menos por nosotros mismos. Fueron así pasando los años, tu hermano seguía volcado en la guitarra, práctica que había mejorado mucho, y tu cumplías tu promesa de no separarte del piano, así que tu padre y yo nos dedicábamos a luchar por la paz, sobre todo por manifestarnos en contra de la Guerra de Vietnam.

Pararon así, prácticamente sin tener que ocuparnos de vosotros, cinco años. Un día, mientras nosotros estábamos en una manifestación contra la Guerra de Vietnam, tu hermano llegó completamente sofocado, había venido corriendo, por lo que rápidamente sospechamos que pasaba algo fuera de lo común, ya que tu hermano evitaba por todos los medios todo lo que conllevara ejercicio físico. Cuando estuvo cerca de nosotros, sin darse tiempo a recuperar el aliento, nos dijo que habías caído enferma, que Jeff decía que estabas muy grave. Al oír esto, tu padre y yo salimos corriendo hacia casa, donde te encontramos discutiendo con Jeff porque te había obligado a acostarte y tú querías seguir tocando el piano. Jeff te dijo que era imposible, así que le pediste a tu padre que tocase él alguna canción para ti. Es más, le pediste una canción especial, acababas de oírla, y te había encantado: Let It Be. Quizá supieses lo que se avecinaba y quisieses tranquilizarte, todavía no he conseguido explicarme porqué le pediste esa canción y no le pediste que tocase Help! para ti. Es posible que supieses que en ese momento nadie podía ayudarte, no lo sé. Entonces me di cuenta de que eras un completo misterio para mí. Jeff me pidió hablar conmigo en el salón, y me dijo que estabas muy enferma, y que no podía hacer nada para curarte, que únicamente podíamos estar cerca tuya para que te sintieses acompañada y te olvidases de la muerte. No puedes imaginarte cómo me hubiese gustado haber pasado más tiempo contigo, la de cosas que pasaron por mi cabeza en ese momento, pensé que era una mala madre, que no te había cuidado lo suficiente, que era culpa mía que estuvieras enferma,…

No pudimos hacer más que acompañarte en esos momentos, tu padre al piano, y yo tomándote de la mano. Tu hermano estaba completamente aturdido, no podía creerse lo que estaba pasando; cada hora, cogía la guitarra y tocaba algo para ti. Dos días después, la muerte te arrancó de mis brazos, fueron los dos días más duros y difíciles de mi vida. Me di cuenta en esos días de que tu padre y yo debíamos dejar de luchar por algo que no teníamos y luchar por sacar adelante nuestras vidas, por darle a tu hermano una buena vida. Volvimos a la ciudad, y allí tu hermano fue a la escuela, y más tarde a la universidad. Creció escuchando las canciones de John Lennon, tal y como tú habías crecido escuchando las de The Beatles que, no sé si por casualidad o por alguna razón oculta, se separaron dos días después de que tú murieras. Tu hermano es ahora un abogado de éxito, se ha casado y tiene tres hijos estupendos. Aunque tendrías que escuchar la música que les gusta, la llaman música electrónica, y no se puede distinguir en ella ni siquiera un instrumento. Te he escrito esto porque me han diagnosticado un cáncer, y estoy en el hospital ingresada. No tengo mucha esperanza de salir con vida de esto, así que quería dejar esto escrito. Tu hermano va a venir a verme ahora, ya lo veo entrar, y le voy a pedir que lleve esto a tu tumba, para que allí puedas leerlo y conocer tú historia. Espero que acepte.

Tu madre, que te quiere.