miércoles, 24 de diciembre de 2008

Esta noche es Noche Buena, y mañana....

Sus ojos, los de aquella dulce niña, se perdieron lentamente en la hoguera que ardía en la pequeña chimenea de la casa del pueblo. Había protestado, no quería pasar allí las navidades, y les había dicho a sus padres que se aburriría mucho. Pero no era eso lo que temía, era algo más infantil, tenía miedo de que Santa Claus no encontrara la chimenea por la que bajar, que no supiera que estaba allí, y llevaba todo un año esperando esa mágica noche. Así que se sentó a admirar el fuego.

Veía como las llamas bailaban, las veía tintinear sobre aquel tronco que se iba consumiendo lentamente, al mismo tiempo que sus párpados caían cansados, agotados tras un duro día de protestas y enfados.

Despertó de repente de aquella ensoñación, cuando no quedaban ya más que cenizas en la chimenea, y escuchó un ruido, un sonido que no hizo que se estremeciera, ni que sintiera miedo, si no que la instó a tumbarse en el suelo y hacer como que dormía, manteniendo un ojo abierto, sin dejar de observar el hogar.

De pronto, vio aparecer algo, una bota, seguida de una pierna recubierta con un pantalón rojo. Tuvo que contenerse para no dar saltos de alegría al ver a Papá Noel entrando por la chimenea: ¡se había enterado de que estaban allí! ¡Tendría regalos esta Navidad!

Y vosotros, ¿estáis ilusionados o protestáis? Os ofrezco un brindis, con champán virtual si es necesario: “Por un año cargado de ilusiones, de cuentos, de críticas, y de triunfos”


¡Feliz Navidad a todos!




martes, 2 de diciembre de 2008

Lamento el retraso

- Lo siento, llego tarde.

- Ya me he dado cuenta de ese pequeño detalle.

- Mucho tiempo sin escribirle, señor, le pido disculpas. Sin embargo, espero que no haya sido demasiado.

- Nunca es demasiado tiempo, siempre estaré dispuesto a escucharla a usted y a sus divertidos cuentos.

- ¿Me concede usted, entonces, Licencia Para Soñar?

- La tiene, claro está, sea bienvenida de nuevo, mi querida compañera. Será como siempre, recibida con los brazos abiertos.

- De veras, lamento el retraso….

Si un blog pudiera hablar….

viernes, 31 de octubre de 2008

Y darte las gracias


Mi cuerpo se estremece con un ligero temblor, hacía tanto tiempo que no estabas junto a mí, que casi había olvidado cómo te quería. Mis manos acarician todo tu cuerpo, y paseo mis dedos por tus puntos clave, presionando los que me interesan, mientras acerco mis labios a los tuyos, haciendo que emitas un suave gemido tras otro.

Había olvidado la sensación de tenerte aquí, a mí lado, como si solo estuviéramos tú y yo, como si el tiempo no existiera.

Pero el tiempo existe, y debo separarme de ti, no sin antes darte las gracias por estos maravillosos momentos.





Gracias por recordarme lo maravilloso que es poder sentirme parte de la música, poder ser yo quien la crea: Gracias

jueves, 16 de octubre de 2008

Locura, cordura

Locura, cordura: ¿dos términos opuestos o complementarios? ¿Qué es la locura sin la cordura? ¿Qué es la cordura sin la locura? ¿Qué es el ying sin el yang o el bien sin el mal?
¿Es la locura un estado mental, una forma de ser, un modo de vida? ¿Puede alguien ser loco y cuerdo a la vez?
Se sufre de locura, ¿y de cordura, puede sufrirse también? ¿Quién distingue entre locura y cordura: un loco o un cuerdo?

Una pequeña reflexión que me planteé hace poco. Siento teneros tan abandonados, pero estoy inmersa en un pequeño proyecto, tratando de escribir una novela. Espero poder publicar algo más a menudo.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Mensaje en una botella

Hace unos cuantos días que El Ente me lanzó esta botella, para que yo añadiera mi propio mensaje, y aquí está:

"Por un mundo sin necesidad de héroes."

Se supone que yo ahora debería lanzarla a un número determinado de blogs, pero haré algo mejor, os dejo el link con la imagen en blanco, para que quien tenga algún mensaje que añadir lo haga, sin ningún compromiso. Espero que la botella vaya dando la vuelta al mundo de internet, con los mensajes de muchos usuarios.

Aquí teneís la foto de la botella.


martes, 23 de septiembre de 2008

El hombre de su vida

Se paró allí, en mitad de aquel largo pasillo, a observarle. Pensó que era perfecto para ella, que podría ser él a quien llevaba buscando tanto tiempo. Era alto, esbelto, su cabello, recogido en una coleta, era negro azabache, y sus ojos eran de color azul intenso, haciendo que su mirada tuviera un aura misteriosa. Estaba apoyado contra la pared, inmerso en la lectura de un libro que ella había leído más de tres veces: “La República”, de Platón. Así que además de ser guapísimo, parecía una persona inteligente, y con buen gusto literario y filosófico.

Ella empezó a imaginarse cómo podría ser su vida junto a un hombre así. El podría ser profesor y ella… ella quería ser médico. Tendrían una casa preciosa, decorada con muy buen gusto y habitada también por un par de niños pequeños, con los ojos de su padre y la sonrisa de su madre.

Decidió entonces que ya era hora de dar un paso adelante, así que apartó sus ojos del cuadro que representaba al hombre de sus sueños, y siguió su camino por aquella galería de arte.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Heroína, ¿a qué precio?

Cuando levantó la cabeza, sus ojos parecían dos ardientes llamas, y su boca estaba cubierta de sangre. Ellos dos eran los últimos que quedaban con vida de toda la expedición, y le habían visto devorar a sus víctimas una tras otra. El ritual era siempre el mismo, nada de carne, únicamente engullía las vísceras. Mientras por algún extraño conjuro el corazón de sus víctimas aún latía, él comenzaba devorando su hígado, seguido del estómago y del bazo, y finalmente, el golpe decisivo, el corazón, que aún latía en el interior del pecho de la víctima. Por alguna razón, nunca devoraba los pulmones o los intestinos de los pobres infelices que iban a parar a sus fauces.

Marta y Roberto, los últimos de aquella expedición, llevaban un buen rato discutiendo cuál era la mejor manera de escapar de allí. Se les habían ocurrido muchísimos planes, pero ninguno de ellos sensato, o con una mínima posibilidad de llegar a buen puerto.

Cuando la bestia se sumergió de nuevo en su víctima, ellos continuaron con su discusión:

– Vamos a ver, Marta, aunque encontremos un modo de escapar de aquí, no servirá de nada si no logramos desatarnos. – Roberto trataba de parecer serio, pero el miedo se notaba en su voz.

Sin que él supiera porqué, una sonrisa burlona apareció en el rostro de Marta, que le mostró sus manos, libres ya de ataduras, y acto seguido, se colocó tras él para liberarle de las suyas.

– Pero… ¿cuándo te has desatado? Y, ¿por qué no me has dicho nada antes? – Roberto no podía ocultar su asombro ante la visión de las manos desatadas de su compañera.

– Me desaté hace poco, no te he dicho nada porque ese horrible ser estaba mirándonos, y no sé si puede o no entender lo que nosotros decimos. El último nudo y… ¡Deja de moverte, o no terminaré nunca! Ya está, eres libre, vayámonos con sigilo, por allí he visto antes una pequeña abertura, por la que podremos pasar. –

Salieron por aquel pequeño hueco, despacio, tratando de no hacer ningún ruido. Roberto se frotaba las muñecas, no podía creerse que hubieran podido escapar de ese ser con vida. Miró a su compañera, como si de repente no la conociera, y pensó que nunca le había visto demostrar tanta seguridad en sí misma. Marta se percató de que él no dejaba de mirarle embobado, así que hizo que volviera a la realidad:

– No me mires así, Roberto, esto no ha hecho más que empezar, debemos matar a esa bestia y salir de aquí, pero primero tenemos que averiguar cómo hacerlo. –

Al escuchar esas palabras, él se paró en seco:

– ¿Matarla? ¿Te has vuelto loca? ¿O es que has olvidado cómo han terminado todos nuestros compañeros? – Roberto miraba a su amiga como si realmente se hubiera vuelto loca, como si quisiera convertirse en una heroína de una de aquellas series de ficción que tanto le gustaban.

– Precisamente porque no he olvidado como han acabado nuestros compañeros debemos acabar con la bestia, para que nadie más pase por lo que ellos han pasado. – Volvió sobre sus pasos para agarrar a Roberto y hacerle continuar.

Caminaron por aquella cueva, hasta que las fuerzas empezaron a fallarles, y decidieron buscar algún lugar lo suficientemente seguro como para descansar. Encontraron una pequeña excavación natural, en la que podrían refugiarse hasta haber recuperado fuerzas. Roberto se sentó, con la espalda apoyada en la pared, y empezó a hablar:

– No me lo puedo creer, tenemos la oportunidad de buscar una salida para escapar de aquí, y a ti se te mete entre ceja y ceja que hay que matar a ese monstruo. No te reconozco, Marta, siempre había creído que eras una cobarde, pero mírate, buscando la forma de acabar con la bestia. Por una parte esto me resulta excitante: la adrenalina de la lucha, de la huída, el trabajo de nuestras neuronas buscando una solución al problema… Pero por otro lado, parece que estemos inmersos en una película de terror, una de esas en las que no sabes cuándo te darán el próximo susto, el problema es que en nuestro caso, el próximo susto podría ser el último… –

– Ven a ver esto, Rober. – Marta estaba absorta en algo que había en aquella pared, así que Roberto se levantó y se acercó.

– ¿Qué se supone que es eso? Parecen… No puede ser, hay algo escrito, ¿qué pone? –

Marta pasó el dedo por aquella escritura y leyó: – “Como mata, la bestia morirá.

Roberto parecía asombrado: – ¿Qué crees que significa? ¿La bestia se merece morir por haber matado tanto? –

Una chispa iluminó de repente los ojos de Marta, que se volvió hacia su compañero diciéndole: – No, es más sencillo que todo eso, significa que la bestia debe morir de la misma forma que mata a sus víctimas, ¡tenemos que comérnosla! –

– ¡¿QUÉ?! – Roberto no cabía en si de asombro, pensaba que Marta se había vuelto loca, así que intentó disuadirla: – Piénsalo bien, ¿crees que podremos sobrevivir si intentamos matarla? Es más, ya has visto como se come a sus víctimas, ¿crees que vamos a poder igualarlo? El corazón aún debe latir cuando lo devoremos, ¿cómo vas a conseguir algo así? –

– Mira con atención la pared, ¿ves los dibujos? Describen perfectamente como debemos abrirla para poder hacer con ella lo que ella misma ha hecho con nuestros compañeros. Lo he memorizado, no te preocupes, ahora debemos encontrar a esa

bestia. –

Comenzaron a recorrer a tientas la gruta en la que se encontraban, mirando en cada rincón, hasta que fueron invadidos por un nauseabundo olor, que les hizo saber que ya estaban cerca. Ralentizaron el paso, para no hacer ningún ruido que pudiera alertar al monstruo, hasta que lo encontraron, dormido en un rincón, rodeado de los cadáveres semidevorados de sus víctimas. En esta lucha, era Marta la que llevaba la voz cantante, así que ordenó a Roberto que entrara allí y sujetara las manos de la bestia. Una vez lo hubo logrado, ella invadió la escena, derramando un puñado de tierra sobre los ojos de la bestia, que dejó de imponer resistencia. Ninguno de los dos tenía un cuchillo ni ningún elemento punzante, así que usaron las propias garras de aquel ser para abrirle en canal, mientras su corazón aún latía.

Sin ningún tipo de duda, Marta comenzó a devorar el hígado, y Roberto, aún invadido por la inseguridad, siguió su ejemplo. Le hicieron a ella lo mismo que la habían visto hacer a todos sus compañeros, la devoraron poco a poco, terminando por su corazón, que aún latía, al igual que el de sus víctimas. Tras engullir el último fragmento de su corazón, lo que quedaba de la bestia, de desvaneció, convirtiéndose en polvo.

Marta y Roberto, permanecieron allí un rato, absortos en sus pensamientos, hasta que ella se levantó y tiró de él, obligándole a salir de su ensoñación. Aún algo aturdidos, vagaron por la cueva en busca de una salida, hasta que por fin la encontraron, y pudieron ver de nuevo la luz del día. Cuando sus ojos finalmente se acostumbraron a la deslumbrante claridad, pudieron divisar a varias personas, vestidas de amarillo, corriendo hacia ellos. Ambos estaba agotados, así que sus ojos se fueron cerrando poco a poco mientras oían palabras sueltas como: deshidratados, suero, sangre…

Cuando Marta despertó, estaba sola, en una blanca habitación de hospital. Quiso levantarse, pero algo la retenía en la cama, no supo de qué se trataba hasta que se miró las muñecas y vio que estaba esposada pero, ¿por qué? En ese momento, una enfermera entró a cambiarle el suero y, al ver que estaba despierta salió enseguida cerrando la puerta. Marta escuchó entonces voces que parecían venir del pasillo:

– Señor, sí, ya está despierta, puede subir cuando quiera. – Sobrevino un silencio, como si la enfermera estuviera recibiendo alguna indicación. – Está bien, se lo diré. –

Marta escuchó los pasos de aquella mujer, alejándose por el pasillo, y cinco minutos después vio abrirse la puerta, por la que apareció un hombre, que se identificó con inspector Reyes.

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué estoy esposada a esta cama? ¿Dónde está Roberto? – Las preguntas se agolpaban en la cabeza de Marta, mientras el inspector la miraba, impasible.

El inspector habló entonces con una voz que denotaba una gran seriedad: – Su compañero murió durante el traslado al hospital, su corazón había sufrido mucho, y los sanitarios no consiguieron reanimarle, lo siento. En cuanto a porqué está esposada, está usted detenida acusada de 28 asesinatos, con el agravante de canibalismo. –

Marta pensó que aquello no podía estar pasando, ella no había matado a nadie, únicamente a aquella bestia, para impedir que no matara a nadie más.

– No puede ser real… Yo no he matado a nadie. ¿Quiere saber lo que realmente pasó en la cueva? – El inspector asintió, esperando que Marta le diera alguna explicación.

Pensó que acusaría a Roberto, que intentaría librarse culpando a su compañero muerto, pero para nada se esperaba la explicación que escuchó salir de sus labios. Le habló de la bestia, de cómo habían escapado, de la inscripción en la pared y de cómo la habían matado devorándola hasta convertirla en polvo. Reyes no cabía en si de asombro, por la historia que le había contado, y por lo convencida que estaba ella, sin duda ella creía que lo que decía era verdad.

Por desgracia para Marta, nadie le creyó, y terminó siendo portada de todos los periódicos, como la asesina caníbal, que devoró a sus compañeros cuando aún estaban vivos. Fue examinada por varios psicólogos antes del juicio, en el que se alegó demencia.

Hoy en día, Marta está encerrada de por vida en un hospital psiquiátrico, lleva 20 años sin pisar la calle, pero le cuenta su historia a todo aquel dispuesto a escucharla. Sin embargo, hasta ahora, nadie la ha creído, todos la toman por una loca asesina, y hay quien cree que su locura fue únicamente una tapadera para evitar la cárcel, pero que se ha visto obligada a continuar con ella.

¿Está Marta realmente loca o dice la verdad? La versión oficial de la justicia dijo que perdió la cordura antes de cometer aquellos horribles crímenes. Tras tantos años, incluso la propia Marta ha comenzado a dudar de si salud mental, y se pasa todo el día encerrada en su habitación, pidiéndole perdón a Roberto, pensando que debería haberle hecho caso, y haber salido de aquella cueva sin hacerse la heroína, sin haber matado a aquella bestia… Sin embargo, en su interior alberga una extraña sensación, se siente bien, está orgullosa de haber acabado con ella, quién sabe cuántas personas se habrán llegado a salvar gracias a las acciones que decidió llevar a cabo en aquella cueva. ¿Fue Marta una asesina, o crees que fue una heroína?

viernes, 12 de septiembre de 2008

Y tú, ¿a qué esperas?

Dedicado a "MuÑeQuiTa_De_CueRo", gracias por la inspiración.

Lilyth no podía dejar de mirar como sus manos se entrelazaban entre sí, como sus dedos jugaban, incapaces de mantenerse quietos.
– Deberías intentar tranquilizarte – dijo una voz que ella no reconoció, mientras unas manos abarcaban las suyas con firmeza. Alzó la vista para encontrarse con un rostro que no había visto nunca, y antes de que pudiera decir nada, él habló de nuevo:
– ¡Vaya! – exclamó – tienes las manos heladas, ¿te encuentras bien?
Al percatarse de su reacción al escucharle, pensó que lo mejor sería dejarla sola con sus pensamientos, por lo que se alejó hacia el final de aquel largo pasillo, desapareciendo de su vista al recorrer la última curva.
Mientras tanto, ella viajaba ya por el mundo de los recuerdos, y es que, al escuchar aquellas palabras, visualizó el día en que él le había puesto un nuevo nombre, uno propio e intransferible, le había llamado “Lady Cold Hands”. Era la única persona que le llamaba así, y a Lilyth le invadía una extraña sensación cada vez que pronunciaba ese nombre.
De repente, se acordó de la razón por la que estaba allí esperando, convertida en un mar de nervios, y rompió a llorar. No quería perderle, quería que él siguiera llamándola “Lady Cold Hands”, y quería que aquella extraña sensación siguiera apareciendo cada vez que lo hacía. Derramó una lágrima por cada cosa que no había sido capaz de decirle, por cada cosa que le diría ahora si le dieran la oportunidad, y fueron muchas las lágrimas que resbalaron por sus blanquecinas mejillas.
Volvió entonces la vista hacia esa gigantesca puerta de metal, tras la que se encontraba el hombre del que estaba enamorada. “No te mueras”, pensó, “ni se te ocurra morirte, o nunca tendré la oportunidad de decirte lo que siento por ti”.
Al otro lado de aquella puerta, él estaba tendido en la mesa de quirófano, soñando, o recordando. Soñaba con el día en que la conoció, le había parecido tan hermosa, tan frágil como una muñeca de porcelana, pero a su vez fuerte, abrigada por su chupa de cuero. La había amado desde ese primer día, y supo que estaban hechos el uno para el otro. Sin embargo, por miedo al rechazo, o a alejarla de él, no se lo había dicho nunca. Tenía que salir de allí, debía sobrevivir, se sentía obligado a decirle lo que sentía por ella, así que decidió que saldría vivo de aquel quirófano.
Puede que todo aquello, los recuerdos, la ambición por sobrevivir, fueran simplemente un sueño o una alucinación producida por la anestesia, pero él lo recordaba perfectamente cuando despertó en la cama de la blanca habitación, con ella a su lado sosteniéndole la mano. Entonces, se dijeron sin rodeos todo lo que por miedo no se habían dicho hasta ahora, resultó que los temores de ambos eran infundados, estaban destinados, al fin y al cabo.
Y tú, ¿a qué esperas para decirle lo que sientes?

martes, 9 de septiembre de 2008

Audiorrelatos en el Mitorock

En el Mitorock han confiado en mí desde que empecé a escribir, y hace poco han adaptado tres de mis relatos a audio. Os recomiendo, que además de escuchar mis relatos, paséeis por el fantástico mundo que han creado a base de mitos y rock 'n' roll.

Desde aquí quiero dar las gracias a Charly y a Javi, por confiar en mí, y por ser tan buenos amigos.

Si quieres escuchar los relatos pincha aquí.

Espero que os gusten.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La Obra (2ª Parte)

No era posible, se estaba representando una obra, sin público, ¡y sin actores! Entonces nos dimos cuenta de que no se trataba de que no hubiera actores, si no que nos costaba verlos, debido a su condición translúcida. En un principio nos pareció algo imposible, pero no podíamos negarlo, lo estábamos viendo con nuestros propios ojos, se trataba de una obra representada por fantasmas. No queríamos creérnoslo, pero cuando nos acostumbramos a la oscuridad que allí reinaba, pudimos verlos claramente, cada uno representando un papel, sin darse cuenta de que estábamos observándolos. Yo nunca había creído (o más bien no había querido creer) en esas cosas, pero no podía negar lo que estaba viendo, y tampoco conseguía encontrar una explicación racional a aquello.

No sabría decir cuánto tiempo llevábamos allí, observando en silencio, cuando apareció alguien de carne y hueso, al que Dani reconoció, y por cómo habló con él supuse que era el dueño del teatro. Discutieron, o más bien Dani discutió, ya que su interlocutor se mostraba bastante calmado, como si estuviera esperando a que él terminara de desahogarse. Al fin, conseguí que Dani se calmara, y le pedí a aquel hombre que dijera lo que tuviera que decir. Nos dijo que sentía habernos llevado hasta allí mediante engaños, pero que aquellas almas necesitaban ayuda, una ayuda que solo alguien que supiera escribir podría darles. Le pedí que nos contara su historia, y así lo hizo:

“Las que aquí veis, son almas en pena, se trata de una antigua compañía de teatro cuyos miembros murieron durante un ensayo debido a un incendio. Por desgracia, la obra que ensayaban estaba inacabada y tras el incendio el escritor desapareció. No sabían qué era lo que les había pasado, ni siquiera sabían que habían muerto, hasta que se dieron cuenta de que fuera del teatro, nadie podía verlos. Intentaron, en vano, buscar al escritor para que terminase la obra, pero al no encontrarlo, ellos se vieron condenados a repetir una y otra vez la misma escena, hasta que alguien escriba un final digno de ella. A mí me han enviado para ayudarles, por lo que trato de atraer hasta el teatro a los escritores más prometedores, para que alguno consiga liberar a estas pobres almas, pero por desgracia, hasta ahora ninguno lo ha logrado. La mayoría huyeron al conocer su historia, y los que se quedaron a intentarlo, sucumbieron a la presión. Sois su esperanza, por favor, ¿los ayudaréis?”

Antes de que yo pudiera decir nada, Dani se negó rotundamente. No me esperaba una respuesta así por su parte, por lo que le pedí que nos alejáramos del escenario un momento para hablarlo. Le dije que por mucho que se opusiera, yo pensaba ayudarles, no podía irme sabiendo que ni siquiera lo había intentado. Sabía que yo era muy testaruda, así que, aún a regañadientes, accedió. Volvimos al escenario, donde nos esperaba el dueño del teatro, al que se le iluminó la cara cuando le dijimos que yo intentaría ayudarles. Nos pidió que nos sentáramos y esperáramos, mientras él iba a buscar la obra que yo debía completar de forma satisfactoria.

Le hicimos caso, y nos sentamos allí, con la vista perdida en el escenario, como si estuviéramos hipnotizados por aquellas pobres almas que representaban la misma escena una y otra vez. De repente, Dani posó su mano sobre mi hombro, haciendo que un escalofrío recorriera mi espalda y, suavemente, con su otra mano, hizo que me volviera hacia él. Me miró a los ojos, y me confesó algo que me pilló completamente desprevenida. Me dijo que tuviera mucho cuidado, que no podría soportar perderme de nuevo. No tenía palabras para responderle, y parecía que él no iba a decir nada más, por lo que nos miramos, perdiéndonos cada uno en los ojos del otro, hasta que la vuelta del dueño rompió el hechizo que nos había atrapado. Me entregó la primera parte de aquella obra, y allí mismo comencé a leerla.

Desde la primera página, no tuve ningún problema para sumergirme en aquella obra, empapándome de todo lo que el escritor, que debía haber sido muy bueno en su tiempo, nos contaba en ella. Me identifiqué con los personajes, conociendo a cada uno de ellos como si yo misma los hubiera creado. Cuando llegué a la escena que debía terminar, empecé a ponerme nerviosa, porque no sabía si conseguiría estar a la altura de lo que ya había escrito. Dani debió de percibir mis nervios, porque me cogió de la mano y me susurró al oído que nadie podría hacerlo mejor que yo, que era la única esperanza de aquellas almas. Me infundió ánimos, así que comencé a escribir un final. Al principio me temblaba la mano debido a los nervios, pero según iba añadiendo palabras a aquella historia me sentía más segura, y logré terminarla sin ningún impedimento más. No recuerdo cuánto tiempo pasé escribiendo, pero sí qué fue lo que sentí cuando terminé. Me sentí completamente satisfecha, plena, como si hubiera hecho algo bueno por alguien. Y así fue. Aquellas almas, por fin pudieron finalizar la representación de su obra y finalmente fueron libres para marcharse. Sus rostros se iluminaron, y sus ojos recobraron la chispa que habían ido perdiendo progresivamente tras tantos años de cautiverio. De repente, una luz invadió el escenario, cegándonos momentáneamente. Cuando pudimos ver de nuevo, aquellas almas se habían marchado, libres al fin. Les siguió, no sin antes darnos las gracias por lo que habíamos hecho, el dueño del teatro, que nos recompensó entregándole a Dani las llaves del teatro, y las escrituras a su nombre. Él y yo nos quedamos allí parados un buen rato, aturdidos, tratando de asimilar lo que habíamos vivido. Cuando nos repusimos, Dani me miró, y con una sonrisa burlona me preguntó si no pensaba invitarle a desayunar. Me hizo reir, y salimos del teatro para coger su coche e ir hacia mi casa.

Creo que durante el camino, ninguno de los dos dejamos de pensar en la confesión que Dani me había hecho, y en aquel mágico momento que habíamos vivido en el teatro y a ambos nos había parecido eterno. Cuando llegamos, le invité a pasar y le ofrecí algo de comer, pero, antes de que diera cuenta, él me besó. Fue un beso mágico, como si los dos lleváramos muchísimo tiempo esperándolo. Le cogí de la mano, y le guié hasta el dormitorio, donde empezaron las caricias. No quedó ningún centímetro de nuestros cuerpos sin recorrer, y la ropa que llevábamos voló por toda la habitación, hasta que finalmente nos fundimos en un único ser. Nos dormimos abrazados el uno al otro, como si hiciera siglos que no dormíamos ni descansábamos, como si no quisiéramos volver a separarnos nunca.

Me desperté cuando los primeros rayos de sol se colaron entre las cortinas, pero estaba sola en la cama. Creyendo que todo había sido un sueño, me puse el albornoz, y bajé a la cocina, pero un olor a café recién hecho me hizo ver que todo lo que había pasado el día anterior había sido real. Allí estaba Dani, preparando un gran desayuno. Me quedé observándole un buen rato, temiendo que aquello fuese un sueño y fuese a despertarme en cualquier momento, pero al verme, una preciosa sonrisa apareció en sus labios, esos labios que habían recorrido todo mi cuerpo hacía unas horas, se acercó a mí despacio, depositó un suave beso en mis labios, y me dijo: “Buenos días, mi amor, ¿me invitas a desayunar?”

domingo, 31 de agosto de 2008

IV Día Internacional Del Blog.

Interrumpo mis rutina de subir relatos por éste acontecimiento, y porque así os doy algo para leer hasta que yo termine mis exámenes, que empiezan mañana.

Hoy se celebra el IV Día Internacional del Blog. Los organizadores han propuesto aprovechar este evento para publicar e interconectar a todos los bloggers del mundo, por lo que se ha pedido que cada blog recomiende cinco blogs. Yo voy a recomendar seis, ¡ale!

Mitorock - Radio Vallekas

Aquí tenéis el blog de éste fantástico programa de Radio Vallekas, os invito a adentraros en él, en sus entrevistas, en sus relatos... Desde aquí un beso para Charly y Javi, dentro de poco tendréis un regalito por aquí.

A Solas Con El Ente

"...si al final has decidido venir a compartir un poco de tu tiempo conmigo, acomodate...y, sobre todo,...cierra bien todas las puertas y ventanas..." Una reciente amistad cibernética, que crece poco a poco entre tantas letras. Estoy deseando que le publiquen un libro y me lo mande firmado.

Sombra y Ceniza


Este hombrecillo lleva casi tres meses sin actualizar, pero sus relatos son capaces de transportaros a otros mundos, os invito a comprobarlo por vosotros mismos.

12 Gatsu No Yoru Ni

Si os gusta el J-Rock, éste es vuestro blog de descargas directas. Esta mujer está haciendo un trabajo impresionante, os lo recomiendo, de veras.

Slimdoe's Blog

Slimdoe nos deja aquí sus reflexiones, y un trocito de su vida con ellas, espero que os guste.

Esfera Surreal

Los relatos de Mina, con los que tenéis risas aseguradas.

jueves, 28 de agosto de 2008

La Obra (1ª Parte)

“¿Dónde está mi musa? ¿Quién la ha atrapado? ¿Por qué hace tanto tiempo que no aparece a mi lado? Busco, pero no la encuentro, esa palabra perdida, esa chispa que hace que despierte en mí la inspiración, a la que llevo tanto tiempo esperando. Quizá no la haya buscado bien, quizá sea ella la que tiene que venir a mi, la que tiene que buscarme, la que debe…”

A la mierda, al igual que Daniel, el protagonista principal de mi obra de teatro, yo tampoco estaba inspirada, así que decidí tomarme un descanso para pensar en otra cosa, para alejar mi mente de aquellas palabras que no querían tomar forma en mi cerebro, que se resistían a salir.

Necesitaba descansar y recuperar energías, por lo que me dirigí a la cocina y me preparé una taza de café bien cargado. Taza en mano, salí a la terraza en busca del cobijo y los susurros de las estrellas, que siempre me habían ayudado a tranquilizarme, a olvidarme de todo. Saboreé el café que había preparado y, cuando empezaba a desconectar de la realidad, un timbrazo me devolvió a ella de golpe. Maldije entre dientes el teléfono y a quien fuera que llamara a esas horas y me dirigí al salón a contestar. Al otro lado de la línea, Dani se percató de mi tono de enfado, y sin siquiera saludar me pidió disculpas por llamar tan tarde. Le dije que no pasaba nada, que estaba despierta. Me recriminó el que llevara una semana sin salir de casa, y me dijo que había algo que quería enseñarme, por lo que le propuse que viniera a comer el día siguiente y de allí iríamos a dónde él quisiera. Prácticamente sin tomarse tiempo para pensarlo aceptó mi propuesta, así que quedamos en mi casa a las doce, y colgamos el teléfono.

Pensé que me vendría bien desconectar un rato de tanta inspiración, intrigas amorosas y fantasmas, y no había nadie mejor que Dani para ello. Había sido mi mejor amigo durante los años que duró el instituto, pero al salir de él nos perdimos la pista. Él estudió Bellas Artes en la universidad, y yo continué escribiendo, consiguiendo que algunas de mis historias se publicaran en revistas literarias. El destino, tan caprichoso como siempre, había hecho que nos volviéramos a encontrar siete años después. Dani estaba trabajando para una compañía de teatro, montándoles los escenarios, ayudando con el vestuario y con todo lo que tuviera que ver con la ambientación. Una de las actrices de la compañía había leído alguna de mis historias y habló con la directora, pidiéndole que me contrataran para escribir una obra. Ella accedió, y mandó a Dani a hablar conmigo. Cuando le vi llamar a mi puerta, no me podía creer lo que veían mis ojos, era él, prácticamente no había cambiado nada, y cuando me sonrió, supe que el también me recordaba. Desde ese momento, entablamos de nuevo nuestra amistad, justo donde la habíamos dejado, como si esos seis años no hubieran pasado. Seguíamos compenetrándonos como en el instituto, cuando uno era parte del otro, y yo escribía cada vez con más fluidez y mayor originalidad.

Ya había pensado suficiente por una noche, así que me acosté, olvidándome de programar la alarma para despertarme el día siguiente, un gran fallo, ya que salí de la cama entre timbrazos y tuve que abrirle la puerta a Dani en pijama, y sin haberme dado tiempo siquiera a peinarme o lavarme la cara. Tras las correspondientes burlas y alusiones a mis despistes, dejé a Dani sentado en la cocina y subí a ducharme y vestirme. No le había preguntado dónde quería llevarme, así que decidí ponerme ropa informal, opté por unos vaqueros y una camiseta negra lisa. Cuando terminé y bajé a la cocina me llevé una grata sorpresa, ya que me encontré con la mesa puesta y la comida servida. Desconocía que supiera cocinar, y menos aún cocinar tan bien, yo no había comido tan a gusto desde hacía bastante tiempo, y menos aún desde que empecé a escribir la obra.

Durante la comida hablamos poco, y la mayoría de lo que dijimos fueron trivialidades, hasta que cuando llegó el momento del postre, Dani me preguntó cómo llevaba la obra. Sabía cómo iba a acabar aquella conversación, así que directamente le dije que no le iba a dejar leerla hasta que estuviera terminada y maldije la hora en la que le conté que el protagonista principal llevaba su nombre. Siempre acabábamos igual, pero yo tenía la manía de no dejar que nadie leyera algo de lo que escribía sin que estuviera terminado, y él no iba a ser una excepción. Decidí desviar la conversación y le pregunté qué era lo que quería enseñarme. Al mirar el reloj, su cara cambió por completo, me dijo que si no nos dábamos prisa llegaríamos tarde y se levantó de golpe de la silla. Terminé de beberme el café y sin darme tiempo a levantarme por mi misma, Dani me cogió de la mano y tiró de mí, llevándome hasta la puerta a paso rápido. Seguimos así hasta llegar a su coche, cuando por fin me soltó para abrirme la puerta delantera y hacerme entrar. Cuando empecé a protestar me dijo que me calmara, que a su debido tiempo sabría a dónde íbamos, pero que no había tiempo para explicaciones, ya que llegábamos tarde.

Debía de ser una cita muy importante para él, porque nunca le había visto conducir de esa forma. Por fin, aparcó el coche y cuando bajamos me explicó que había encontrado un teatro perfecto para la representación, pero que quería que yo lo viera, y había quedado con el dueño para que nos lo enseñara justo entonces. Nos dirigimos a la puerta principal, pero allí no había nadie y cuando Dani la golpeó con los nudillos se abrió con un extraño chirrido. Pensamos que quizá el dueño estaba dentro, ya que en el escenario nos había parecido ver luz, por lo que nos adentramos despacio hacia el patio de butacas, mientras Dani llamaba al dueño, pero nadie contestaba. De repente, escuchamos lo que nos pareció un grito que provenía del escenario. Nos miramos durante un segundo, quizá menos, y de la mano salimos corriendo hacia el escenario, pero, cuando llegamos, nuestros ojos no dieron crédito a lo que allí veían.


CONTINUARÁ

miércoles, 20 de agosto de 2008

La Persecución

Y allí estaba de nuevo, atada en el asiento trasero de aquel coche negro. No era la primera vez, y no sé cómo lo hacían, pero siempre conseguían engañarme para que subiera a él por voluntad propia. Siempre me prometía que no volvería a subir, pero no podía evitar hacerlo, me atraía demasiado.

Antes de arrancar, se notaba ya perfectamente la tensión que existía entre la pareja del asiento delantero y yo, que intentaba mentalizarme para lo que vendría a continuación. Ya había pasado por eso antes, así que sabía lo que debía hacer, cerrar los ojos y esperar a que el coche arrancara, y empezara la persecución. Cuando la mujer de delante vio lo tranquila que yo parecía, se lo recriminó a su marido, que ni siquiera se preocupó de mirarme, contestando a su esposa que pronto me daría cuenta de dónde me había metido.

Finalmente arrancamos, tranquilamente al principio, hasta que comenzó la persecución y la velocidad empezó a subir. Me daba miedo abrir los ojos y mirar a mí alrededor, pero la curiosidad venció al temor, y decidí abrirlos y no perderme nada de aquella carrera. Con cada curva, con cada subida o bajada, mi corazón golpeaba con más fuerza contra mi pecho, hasta que pareció que la persecución había acabado y el coche frenó bruscamente. Una vez más, la mujer de delante miraba a su marido, pero en esta ocasión, además, le gritaba. Lo hacía de una forma tan precipitada que no logré entender ni una sola palabra de lo que dijo, pero vi que el marido se reía, aumentando así la furia de su esposa.

Creí que todo había acabado ahí, pero de repente, las sirenas comenzaron a sonar y el coche arrancó de nuevo, esta vez con una velocidad aún mayor que la primera. Mi corazón latía tan fuerte que ya ni siquiera podía escuchar los gritos de la mujer que estaba sentada delante de mí. Finalmente, y esta vez fue real, todo terminó, el coche frenó y pude libarme de mis ataduras y pisar de nuevo el suelo.

Había sido, una vez más, un emocionante viaje en una Montaña Rusa.

sábado, 16 de agosto de 2008

La bola de cristal

Silvia llevaba tiempo queriendo ver el futuro, hasta que aquel día, al fin, lo consiguió. En una tienda perdida en el centro de la ciudad, encontró lo que había estado buscando, una bola de cristal, cuyo manual de instrucciones estaba prácticamente intacto. Su instinto la había guiado bien hasta allí, sabía que no todas las bolas se habían perdido cuando la magia se prohibió. Miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie la veía, y se adueñó de la bola, pagando por ella un precio menor de lo esperado, y es que, por semejante tesoro, ella hubiera estado dispuesta a pagar muchísimo más. Introdujo su adquisición en la mochila y salió de la tienda, convirtiéndose en una viandante más de las calles de aquella inmensa ciudad.

Se moría de ganas por llegar a casa y descifrar la bruma gris del interior de la esfera, pero quería pensar mientras se dirigía hacia allí, y algo le decía que tendría que luchar consigo misma, por lo que decidió no coger el metro. Odiaba aquellos inmensos gusanos metálicos que se deslizaban por debajo de la ciudad, así que no usaba ése medio de transporte a no ser que fuera estrictamente necesario. Decidió caminar hasta su casa y, mientras sus pies le guiaban, ella se concentraba en la discusión que se estaba llevando a cabo en su cabeza. Estaba acostumbrada a aquellas discusiones, era como si dentro de su cabeza hubiera dos personas distintas, con opiniones totalmente contrarias, sobre todo cuando se trataba de magia. Ésta vez era peor, había conseguido encontrar un elemento que estaba prohibido en la sociedad en la que vivía, si la descubrían, la pena sería la misma que se les había aplicado a muchos antes que a ella: la muerte.

¿Estaba dispuesta a correr el riesgo de morir simplemente por conocer su futuro? Sí, claro que lo estaba, llevaba muchísimo tiempo esperando ése momento, y no quería demorarlo más, así que aceleró sus pasos para poder llegar cuanto antes a su casa. Se concentró de tal forma en llegar lo antes posible, que no escuchó la voz que en su cabeza le decía que conocer el futuro es más peligroso de lo que parece.

Tras la larga y rápida caminata llegó por fin a su casa y, una vez allí, cerró con llave y cerrojo la puerta de la calle y corrió todas las cortinas, quedando el hogar iluminado únicamente por dos lámparas de tenue luz. Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, y se dispuso a leer el libro de instrucciones de su bola de cristal, aunque sabía que probablemente no era necesario, ya que había leído todo lo que había encontrado sobre éstos artilugios. Sin embargo, leyó las instrucciones completas, y una vez hubo terminado de leerlas, cogió su nuevo tesoro y lo colocó frente a ella, de modo que pudiera ver bien su interior.

Siguiendo las instrucciones, el primer paso que dio fue liberar su mente de todo pensamiento que en ella hubiera, para así dejarla en blanco. A continuación, simplemente debía concentrarse en el momento que deseaba ver, y la bola se lo mostraría, pero tenía que ser cautelosa, puesto que ésta únicamente le enseñaría un momento, y no volvería a mostrarle más hasta haber recargado energías, y Silvia no sabía cuánto tiempo tardaría en cargarse de nuevo.

Se decidió por pedirle a la bola que le mostrara el momento en el que sus sueños se verían cumplidos, y así lo hizo. Le mostró un momento 20 años después de la fecha en la que ella se encontraba, y allí estaba Silvia, la magia había dejado de ser materia prohibida, y ella estaba dando clases de Historia de la Magia en una prestigiosa universidad. Pero eso no era todo, se había casado con un gran mago y había dado a luz a la niña más preciosa que una madre pueda desear. Era un futuro perfecto, pensó, y acto seguido se quedó dormida.

20 años después, ninguno de los sueños de Silvia se había cumplido, y ella era ahora la dependiente de aquella tiendecita en la que había comprado su bola de cristal.

¿Qué le había ocurrido? Todo tiene una sencilla explicación. Silvia había visto su futuro a partir del momento en el que había dejado su mente en blanco, y al ver que sus sueños se cumplían, dejó de pelear por ellos, pensando que ya se cumplirían de una u otra forma.

Ahora yo te pregunto a ti, que has leído esto: ¿prefieres ver tu sueño cumplido, o vivir tu vida persiguiendo cumplirlo? Si le preguntas a Silvia te dirá que, sin duda, hubiera preferido no conocer su futuro, y haber vivido persiguiendo sus sueños, ya que está en nuestras manos, y no en las de nadie más, poder cumplirlos.

domingo, 22 de junio de 2008

Condenada

Y corrí, perdiéndome en el interior de aquel hermoso, pero a la vez, siniestro bosque. Las ramas golpeaban con fuerza mi cuerpo y mi cara, y a mi paso los animales huían atemorizados. Al percatarme de esto, me di cuenta de que yo también estaba huyendo, y no recordaba de qué. Algo me había asustado, una sensación, una sombra, ¿o quizás estaba huyendo de mi misma? Por más que lo intentaba, no lograba averiguar qué era lo que me había hecho correr de esa manera.

Cuando sentí que ya me había internado lo suficiente en la espesura del bosque y estaba a salvo, paré a descansar. Una vez que mis niveles de adrenalina se normalizaron me di cuenta de lo cansada que estaba, y, al mirar el reloj, no pude reprimir un pequeño grito de sorpresa que hizo que un búho saliera volando de la rama en la que estaba posado. ¡Llevaba más de una hora corriendo! Para mi habían sido como cinco minutos, había perdido completamente la noción del tiempo.

Decidí sentarme, y de pronto me encontré en una total armonía con aquel bosque. Escuchaba y entendía sus sonidos, y los animales ya no huían de mí. Sentí como si me hubiera fundido con la esencia de aquel inhóspito paraje, que pocas veces había pisado un ser humano.

Y de repente, un escalofrío recorrió mi espalda, sacándome de aquel estado de ensoñación en el que me encontraba. Lo que vi frente a mi me hizo quedarme completamente paralizada. No podía ser, aquella imagen… ¡era yo! Parecía como si el bosque se hubiera callado, ahora únicamente podía escuchar los latidos de mi corazón y la respiración de aquel ser que no sabría cómo describir. Era mi imagen, pero, no podía ser yo. Mi verdadero ser estaba allí, sentado, en la espesura del bosque, mientras que un ser con mi misma imagen estaba de pie frente a él. ¿Qué ocurría?

Entonces, aquella imagen empezó a desvanecerse, y sólo quedó allí una sombra, pero yo continuaba escuchando su respiración, o sus respiraciones, ya que parecía como si ahora hubieran formado un círculo a mi alrededor, mirara dónde mirara, escuchaba la misma respiración, que iba acercándose a mi cada vez más. Y cuando creía que aquel círculo se había cerrado a mi alrededor y ya no tenía escapatoria, desperté.

En cuanto me incorporé, empapada en sudor, alargué la mano hasta el interruptor y encendí la luz. ¿Había sido únicamente una pesadilla? Parecía tan real… Me levanté, me acerqué a la ventana, y allí estaba, aquel bosque que siempre me había dado miedo, en el que nunca me había atrevido a adentrarme, y lo había hecho por primera vez en sueños. Traté de aclarar mis ideas, “sólo ha sido una pesadilla”, me repetí una y otra vez mientras observaba el bosque. Y entonces, los pelos de mi nuca se erizaron, y una respiración hizo que mi corazón diera un vuelco y yo diera media vuelta, muerta de miedo. Pero, allí no había nada, o por lo menos eso pensé al lanzar el primer vistazo a la pequeña habitación. Tuve que tranquilizar los latidos de mi corazón para conseguir escuchar aquella respiración, la misma que había escuchado en mi pesadilla. Pero, ¿había sido una pesadilla o había sido real? De repente lo vi, en la esquina de mi habitación, una sombra, que se dirigió hacia mí. Conforme se acercaba, no me atrevía a mirarla, así que cerré fuertemente los ojos, esperando que aquello fuera también un sueño, y despertar en mi cama de un momento a otro.

Desperté, pero no en mi cama, si no en mitad de aquel bosque, al que había huído, en el que nunca antes me había atrevido a entrar. Desde entonces, trato de encontrar la salida, pero lo único que consigo es desesperarme, un poco más en cada ocasión. Parece que nunca podré salir de aquí. Aún no he conseguido averiguar porqué me han castigado, ya que esto es una castigo, al igual que todos los que he leído en los cuentos y leyendas a lo largo de mi vida: “condenada a vagar eternamente por este bosque, sin encontrar la salida”.

jueves, 12 de junio de 2008

Una visita inesperada

Cuando desperté él estaba allí, en mi habitación, mirándome desde la esquina. Intenté gritar, pero de mi garganta no salió ningún sonido, era como si él me lo hubiera impedido. Pero, ¿cómo lo había hecho? Y más importante, ¿qué estaba haciendo en mi habitación? Quise alargar el brazo para alcanzar el interruptor y encender la luz, pero no podía moverme, ¿qué me había hecho? Me había paralizado por completo, aún no sé cómo lo consiguió. De repente, él me mostró una vela, y, sin mover los labios me dijo que me liberaría de la parálisis si le prometía no gritar ni encender la luz. Aún no sé cómo le dije que sí, ya que no podía articular sonido alguno ni gesticular si quiera, pero él me liberó. Entonces sentí como si me hubieran liberado de unas ataduras que tenía desde hacía muchísimo tiempo. Una vez pude hablar, le invité a que cogiera una de las sillas que había junto a mi escritorio y se sentara. Aceptó la invitación, y se sentó de frente a mí. Colocó la vela que me había mostrado antes en el espacio que quedaba entre los dos. Yo me había incorporado y estaba sentada en mi cama. Cuando la vela iluminó su rostro pude fijarme bien en sus rasgos y sus facciones. Era un hombre, muy joven, quizá un adolescente, y era guapísimo, aunque realmente parecía un fantasma por lo blanco de su rostro. Además, vestía completamente de negro. Me dijo entonces que no era persona como yo, si no que era mitad ángel mitad demonio y vivía condenado en la tierra. Condenado a tener siempre la misma edad, y a sufrir las mismas penas cada año.
Sabía lo duro que era ser adolescente, así que no pude evitar compadecerme de él. Pero no podía explicarme como alguien podía ser mitad ángel y mitad demonio. Él, como si me hubiera leído el pensamiento me dijo que me concedía el derecho de hacerle tres preguntas, pero que las eligiera bien, ya que no me daría una segunda oportunidad para hacerle más. Me dijo también que podía contestarme a cualquier cosa que yo le preguntara, salvo una, que era: ¿existe Dios?
Empecé a pensar en qué preguntas hacerle, pero se me ocurrían tantas que no podía elegir. Por mucho que yo le hiciera esperar él no mostraba ningún signo de impaciencia. Además, me di cuenta de que las tres veces que había mirado el reloj, marcaba la misma hora. Así que él había parado el tiempo… ¿Cuánto llevaría allí? ¿Cuánto tiempo habría estado yo paralizada?
Las posibles preguntas se iban acumulando en mi cabeza y, como una cascada, cada vez llegaban más. Genial, había conseguido un desagradable dolor de cabeza. Así que me decidí a seleccionar entre tantas preguntas y me arriesgué a hacerle la primera de las tres que me correspondían.
¿Cómo podía ser alguien mitad ángel y mitad demonio? Él miró fijamente al vacío antes de responder. Me dijo que su madre era un ángel, pero que discrepaba con la hipocresía que encontraba en el Cielo y, en uno de sus muchos viajes, conoció a su padre y se enamoró de él, sin saber que era un demonio. Cuando al poco tiempo nació él, los habitantes del Cielo se dieron cuenta de su condición de demonio y lo desterraron a la Tierra, donde vivió como si fuera un huérfano hasta que cumplió los 19 años. A esa edad le dijeron la verdad sobre él y qué era lo que había pasado con sus padres. Su madre fue condenada a vivir en el Cielo, sin poder salir de allí, y su padre fue expulsado del Infierno y condenado a vagar eternamente por los diferentes submundos. Él, a su vez, como ya me había dicho, fue condenado a vivir año tras año la edad de 19 años. Según me explicó, un hechizo lo protegía de que la gente lo reconociera, ya que tras haber pasado un año con él, al año siguiente no lo recordaban, y él ya no existía para ellos.
Esa fue su respuesta, y me invitó a hacerle una segunda pregunta. Yo ya me sentía más confiada y me lancé enseguida a preguntarle:
¿Qué hacía en mi habitación esa noche? Por su sonrisa, parecía que ya se esperaba esa pregunta. Me dijo que, como condenado, tenía derecho a visitar una noche al año a alguien hasta que encontrara algún alma dispuesta a liberarle. Según me dijo, llevaba un tiempo observándome; había visto lo mal que lo había pasado a principio de curso, cómo había solucionado mis problemas, como había roto una relación con una amiga, como había ido conociendo y trabando amistad con gente de la facultad que realmente merecía la pena e, incluso, como había madurado. Así que finalmente se decidió a visitarme, y allí estaba esa noche.
Con la mirada, me invitó finalmente a hacerle mi tercera y última pregunta, pero me advirtió que tuviera cuidado, que no la malgastara. Creo que me costó una eternidad decidirme, pero finalmente le pregunté:
¿Qué tengo que hacer para liberarte? De repente, un destello invadió por completo mi habitación,
pareció como si cielo e infierno se dieran la mano, como si firmaran un tratado sobre aquella alma, dejándola libre de todo pecado...

Duró un segundo, quizás dos, pero estoy segura de que a ambos nos pareció eterno. Cuando desapareció y mis ojos se adecuaron de nuevo a la oscuridad pude ver como había un brillo y un color nuevos en su rostro, era como si realmente entonces fuera una persona, y así era. Me explicó que lo único que había que hacer para liberarle era interesarse en como hacerlo, tal y como había hecho yo. Me dijo también que siempre me estaría agradecido por lo que había hecho por él.
Ahora que ya nada me impedía hacerle una pregunta más, le pregunté que sería de él, y me dijo que ahora podría vivir la vida que siempre había soñado al ver como todo el mundo vivía la suya mientras él estaba atrapado.
Cambiaron los papeles, y fue él quien me preguntó si podríamos seguir en contacto a partir de esa noche, y, sin dudarlo un instante, le dije que sí. Entonces él se fue, se desvaneció, no sé cómo, pero aún conservaba y conserva alguno de los poderes de los que le dotaba su condición de híbrido. Miré el reloj, eran las 5 de la mañana, y tenía que levantarme a las siete para ir a clase. Esas dos horas, dormí como si nunca hubiera dormido antes.
Desde entonces,
cada noche le veo en mi ventana, viene a visitarme como el primer día: pero ahora no tengo miedo.

domingo, 1 de junio de 2008

La Muerte Me Enseñó A Vivir

Junio de 2000

A mi hija, Jane:

Este mes, lo he recordado hoy, hace treinta años que no te vemos, ni tu padre ni yo. Te marchaste demasiado pronto, nuca tuve oportunidad de contarte nuestra historia, y me gustaría hacerlo ahora.

Tu padre y yo nos conocimos en el año 1958, cuando ambos éramos estudiantes. Puede que te resulte difícil de creer, pero es cierto, tu padre y yo fuimos estudiantes en una ocasión. Nos conocimos en dicho año, él me invitó a salir y, aunque te parezca que esto es un cuento de los que te contábamos cuando eras pequeña, nos enamoramos. Tu padre era un hombre maravilloso, me llevaba a cenar, a bailar,…Fue unos meses más tarde cuando descubrí que estaba embarazada. No sabía que hacer, no podía decírselo a mis padres, se habrían enfadado muchísimo, así que se lo dije a tu padre y juntos tomamos la decisión que marcaría el resto de nuestras vidas. Decidimos casarnos e irnos a vivir juntos a algún pueblecillo donde viviese poca gente. No puedes imaginarte cual fue nuestra sorpresa al descubrir que el pueblo que habíamos elegido estaba habitado por varios jóvenes de nuestra edad que habían decidido llevar un estilo de vida comunitario.

Nos recibieron con tal cariño, como si ya nos conociésemos, que enseguida simpatizamos con ellos, qué decirte a ti de su personalidad, de su amabilidad, si prácticamente te criaron ellos. Eran un grupo de jóvenes que habían decidido vivir en completa paz, que renegaban del militarismo, de las acomodadas clases medias, del nacionalismo,… Al principio, tu padre y yo nos sorprendíamos al ver como todos ayudaban a todos, no estábamos acostumbrados a algo así, de donde nosotros veníamos cada uno tenía que hacer las cosas por sí solo, y pedir ayuda era una muestra de debilidad.

Había entre ellos tanto gente con estudios y una carrera, como gente que había abandonado su casa únicamente con lo puesto, los había que ni siquiera sabían leer. Todos los días dedicábamos, si, ya éramos como de la familia, dos horas a enseñar a leer y las matemáticas básicas a aquellos que no sabían. ¿Te acuerdas de Jeff? Siempre te decía que te había visto nacer, era mucho más que eso, te había visto desarrollarte durante todo mi embarazo. Era el médico del grupo, y siempre tenía un rato para todos nosotros. Él me ayudó durante todo el embarazo que, por cierto, no fue nada fácil, lo pasé fatal, lo único que hacía era vomitar y estar en cama, no me dejaban levantarme. Tu padre pasaba muchísimas horas a mi lado, por mucho que yo insistiese en que saliese y ayudase a los demás a hacer las cosas.

Por fin llegó el día del parto, y, al igual que el embarazo, tampoco fue cosa fácil. Lo recuerdo como si fuera ayer, los dolores, los gritos (míos y de tu padre, no puedes imaginarte lo fuerte que le apretaba la mano) y a Jeff diciendo que era el parto más difícil que había atendido nunca. Tras veintiséis horas de intenso dolor y cansancio, llegaste al mundo. En ese momento me di cuenta de que había merecido la pena, eras preciosa y tenías los ojos de tu padre, de un azul intenso. Jeff dijo que todo estaba en orden, y nos explicó a tu padre y a mi como debíamos sostenerte en brazos y a mí me explicó como darte el pecho.

Creciste tan rápido que no sé qué decirte sobre tu infancia, es más te acordabas de muchísimas cosas, nunca logré explicarme cómo podías tener tal memoria. La verdad es que no sé que contarte, tu padre podría contarte más que yo, pasó muchísimo tiempo contigo, pero últimamente tiene lagunas mentales. Los dos pasamos mucho tiempo contigo, sobre todo durante tus dos primeros años de vida, eras tan pequeña, tan frágil, que nos daba miedo dejarte sola. Pero volví a quedarme embarazada, y este embarazo fue todavía peor que el anterior. Lo pasé fatal, no me dejaban salir de la cama, y pasaba todo el día vomitando. Sin embargo, el parto fue menos doloroso que el tuyo, aunque, claro, eso probablemente esté debido a que me desmayé y me desperté cuando tu hermano ya había nacido. Me dijeron que habían pasado treinta horas, y casi me desmayo de nuevo.

Jeff no pudo explicarse porqué, y yo todavía no lo entiendo, pero en esta ocasión sufrí de depresión posparto, de lo que no había sufrido cuando te di a luz a ti. Pasé prácticamente cuatro meses sin salir de mi habitación, por mucho que tu padre y nuestros amigos intentaran convencerme de que saliera, de que tenía dos hijos preciosos que me necesitaban. Ahora mismo no estoy nada orgullosa de ello, y suerte que prácticamente al mismo tiempo que yo la mujer de Jeff había dado a luz y pudo darle el pecho a tu hermano. Fueron unos meses muy duros, tanto para mi como para tu padre y para ti. Él, que tenía que encargarse de dos hijos, y tú, que no sabías porqué yo te había abandonado, ya que así lo que creías, aunque te dijeran que yo estaba enferma, te negabas a aceptar que yo estuviese enferma, tenías tres años, y para ti los padres eran algo que siempre estaba allí, que nuca fallaba, pero yo te había fallado.

Estábamos en el año 1961 y tu padre, un gran aficionado de la música estaba empezando a oír hablar de un grupo que tocaba en distintos locales de Inglaterra, conocido como The Beatles. Estuvo escuchándolos en diversos locales, y le gustó como sonaban, sobre todo el carisma de su líder, John Lennon. Gustándole tanto la música, no es de extrañar que quisiese que sus hijos aprendiesen música, y te compró un piano. Cuando todavía me negaba a salir de mi habitación tu empezaste a tocar, y creo que fue la música la que me ayudó a salir del profundo pozo en el que había caído. No creas, no tocabas tan bien, fueron los golpes que les dabas a las teclas lo que hizo que yo despertase. Tranquila, es una broma. Aprendiste a tocar prácticamente en una semana desde que tu padre trajese ese piano. Bromeaba ante sus amigos diciendo que eras una futura Mozart, y hubieses llegado a serlo. Tu hermano, a quien por cierto, llamamos Jeff en honor al médico que tanto había cuidado de nosotros, se sentía intrigado por el funcionamiento del piano, sin embargo, tú no le dejabas acercarse a él, lo querías solo para ti, era tu posesión más valiosa.

En 1963, The Beatles publicaron su primer álbum, y tu padre te lo regaló completamente emocionado. Hacía ya dos años que yo había superado mi depresión, pero todavía me sentía alejada de vosotros, quizá sea por eso por lo que me volqué en las actividades a realizar en la aldea, y en las manifestaciones y sentadas a las que acudíamos, y a las que, de vez en cuando, tu padre acudía conmigo. Vi encantada como te daba el disco, y como tu te tirabas a su cuello al descubrir lo que era, tu padre había conseguido lo que se proponía, había hecho de ti una completa aficionada a la música. Tras escucharlo completamente en dos ocasiones eras ya capaz de tocar la mitad de sus canciones. Recuerdo que te encantaba la canción Love Me Do, y que podías pasar horas tocándola sin parar, y yo cantaba contigo. Eran los momentos en los que más cercana a ti me sentía, cuando me sentaba al piano para cantar contigo. Escuchamos ese álbum miles de veces, hasta que, 8 meses después, el grupo editó un segundo álbum, llamado With The Beatles, que, cómo no, tu padre te regaló. Una vez más aprendiste a tocar todas las canciones sin necesidad de una partitura. Tu padre nunca se había imaginado que ibas a tener tal talento para la música, créeme, lo sé. En este álbum, tu canción favorita fue Roll Over Beethoven, te gustaba el ritmo que tenía, aunque no podías tocarla entera con el piano, ya que tenía partes en las que únicamente se apreciaba la guitarra. Pero eso no fue problema para tu padre, que tocaba la guitarra desde los cinco años.

Tu padre había acertado, te encantaba el grupo, y llegaste a conocer todas sus canciones de memoria, al igual que yo, que las cantaba contigo. Pasábamos horas al piano cantando, y la gente del pueblo venía a vernos cantar, bueno, a ti tocar, siempre que tenían un rato libre.

Dos años después, en 1965, The Beatles editó el que fue su quinto álbum, el que fue sin duda tu favorito desde la primera vez que lo escuchaste, titulado Help! Desde que escuchaste ese álbum, decidiste que nunca ibas a separarte del piano, que harías de él tu forma de vida. La canción que cambió tu vida fue: Yesterday, una canción que te hizo llorar la primera vez que la escuchaste, la segunda, la tercera, y terminabas llorando siempre que la cantabas.

A partir de ese año, tu padre empezó a enseñar a tu hermano a tocar la guitarra, y aprendió rápidamente, aunque no con tanta facilidad como lo hiciste tú, tenía talento, pero no tanto. Desde ese momento, los dos os dedicabais a la música, y tu padre y yo a las manifestaciones y las tareas del pueblo. Todos nos decían que era raro que todavía siguiésemos aguantándonos y apoyándonos el uno al otro, y yo me preguntaba como podía seguir tu padre apoyándome a mí después de lo que le había hecho pasar con mi depresión. Pero lo cierto es que seguíamos juntos, y teníamos dos hijos maravillosos, así que lo nuestro debía ser amor, ya que todavía seguimos juntos, aunque cada vez nos valemos menos por nosotros mismos. Fueron así pasando los años, tu hermano seguía volcado en la guitarra, práctica que había mejorado mucho, y tu cumplías tu promesa de no separarte del piano, así que tu padre y yo nos dedicábamos a luchar por la paz, sobre todo por manifestarnos en contra de la Guerra de Vietnam.

Pararon así, prácticamente sin tener que ocuparnos de vosotros, cinco años. Un día, mientras nosotros estábamos en una manifestación contra la Guerra de Vietnam, tu hermano llegó completamente sofocado, había venido corriendo, por lo que rápidamente sospechamos que pasaba algo fuera de lo común, ya que tu hermano evitaba por todos los medios todo lo que conllevara ejercicio físico. Cuando estuvo cerca de nosotros, sin darse tiempo a recuperar el aliento, nos dijo que habías caído enferma, que Jeff decía que estabas muy grave. Al oír esto, tu padre y yo salimos corriendo hacia casa, donde te encontramos discutiendo con Jeff porque te había obligado a acostarte y tú querías seguir tocando el piano. Jeff te dijo que era imposible, así que le pediste a tu padre que tocase él alguna canción para ti. Es más, le pediste una canción especial, acababas de oírla, y te había encantado: Let It Be. Quizá supieses lo que se avecinaba y quisieses tranquilizarte, todavía no he conseguido explicarme porqué le pediste esa canción y no le pediste que tocase Help! para ti. Es posible que supieses que en ese momento nadie podía ayudarte, no lo sé. Entonces me di cuenta de que eras un completo misterio para mí. Jeff me pidió hablar conmigo en el salón, y me dijo que estabas muy enferma, y que no podía hacer nada para curarte, que únicamente podíamos estar cerca tuya para que te sintieses acompañada y te olvidases de la muerte. No puedes imaginarte cómo me hubiese gustado haber pasado más tiempo contigo, la de cosas que pasaron por mi cabeza en ese momento, pensé que era una mala madre, que no te había cuidado lo suficiente, que era culpa mía que estuvieras enferma,…

No pudimos hacer más que acompañarte en esos momentos, tu padre al piano, y yo tomándote de la mano. Tu hermano estaba completamente aturdido, no podía creerse lo que estaba pasando; cada hora, cogía la guitarra y tocaba algo para ti. Dos días después, la muerte te arrancó de mis brazos, fueron los dos días más duros y difíciles de mi vida. Me di cuenta en esos días de que tu padre y yo debíamos dejar de luchar por algo que no teníamos y luchar por sacar adelante nuestras vidas, por darle a tu hermano una buena vida. Volvimos a la ciudad, y allí tu hermano fue a la escuela, y más tarde a la universidad. Creció escuchando las canciones de John Lennon, tal y como tú habías crecido escuchando las de The Beatles que, no sé si por casualidad o por alguna razón oculta, se separaron dos días después de que tú murieras. Tu hermano es ahora un abogado de éxito, se ha casado y tiene tres hijos estupendos. Aunque tendrías que escuchar la música que les gusta, la llaman música electrónica, y no se puede distinguir en ella ni siquiera un instrumento. Te he escrito esto porque me han diagnosticado un cáncer, y estoy en el hospital ingresada. No tengo mucha esperanza de salir con vida de esto, así que quería dejar esto escrito. Tu hermano va a venir a verme ahora, ya lo veo entrar, y le voy a pedir que lleve esto a tu tumba, para que allí puedas leerlo y conocer tú historia. Espero que acepte.

Tu madre, que te quiere.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Lágrimas De Sal

Por alguna extraña casualidad del destino, Rubén se encontraba allí de nuevo, frente a aquella playa. Aquella de la que llevaba once años tratando de huir, desde que habían encontrado a su padre ahogado el día de su cumpleaños. Aquel día decidió alejarse del agua para siempre, ya que le había quitado lo que él más quería, el amor de un padre, el único amor que había conocido hasta entonces, cuando tan sólo contaba con 18 años.

Desde pequeño, su padre siempre le había educado en el respeto, sobre todo el respeto hacia el agua y hacia todas las criaturas que vivían en ella, ya fueran tan grandes como una ballena o tan insignificantes como una pequeña almeja.

Él se ganaba la vida como pescador, y cada año pasaba la temporada de pesca en el mar, mientras el niño estaba en casa con su madre. Un día, cuando Rubén tenía dos años, su madre lo dejó en casa de sus abuelos y le abandonó, abandonando así también a su marido y la vida que hasta entonces había llevado.

Desde aquel día, cuando su padre no estaba pescando, se dedicaba a enseñarle a su hijo los entresijos del agua y, durante los meses que pasaba en el mar, Rubén vivía con sus abuelos, que le desvelaban los secretos de la tierra.

De este modo, cuando con doce años Rubén empezó a ir a la escuela secundaria ya conocía todo lo relacionado con la vida en la tierra y en el agua. Dado que parecía no necesitar más clases, los profesores permitieron que saliera a pescar con su padre, por lo que el resto de niños lo conocía como “el que vive en el mar”. Sus compañeros no eran demasiado amistosos con él, ya que parecía saberlo todo, y siempre le decían cosas crueles sobre su vida en el agua, llegando incluso a decirle que terminaría siendo devorado por alguno de los habitantes del mar a los que tanto veneraba.

A los dieciséis años superó con buena nota (aún a pesar de haber estado ayudando a su padre en todas las temporadas de pesca) la educación secundaria, e ingresó en uno de los centros de bachillerato más prestigioso de la zona, donde también consiguió una buena nota media. Superó así mismo la selectividad, siendo el mejor de su provincia y consiguió plazas para estudiar biología en tres universidades distintas.

Aquel día estaban celebrando su cumpleaños y su éxito como estudiante, con una fiesta por todo lo alto en la playa donde había pasado la mayor parte de su vida. Rubén, que había ido con sus abuelos a ver el regalo que le habían hecho (un imponente coche rojo), al volver a la fiesta se encontró con una desagradable sorpresa: su padre había desaparecido de ésta. De repente, uno de los vecinos llegó corriendo y balbuceando algo sobre un cuerpo que flotaba en el agua. Temiéndose lo peor, Rubén fue corriendo detrás de aquel hombre, y vio que su peor miedo se había cumplido, era su padre el que flotaba allí. Negándose a perder todavía la esperanza, nadó hacia el cuerpo sin vida de su padre, y trató de reanimarlo una vez habían regresado a la playa. Sin embargo, ni él ni los sanitarios de la ambulancia a la que sus abuelos habían llamado consiguieron hacerlo. De este modo, un día que debería haber sido completa alegría, se convirtió en el peor día de su joven vida.

Desde entonces, su mente no podía borrar la imagen de su padre, un experto nadador, ahogado en la playa. Según la autopsia, se había emborrachado, y caído al agua. Rubén se negó a creer esto, ya que su padre nunca había probado una gota de alcohol, y reclamó una segunda autopsia, pero sus quejas no fueron escuchadas por nadie, ni siquiera por sus abuelos, tan afligidos por haber perdido a su hijo que habían olvidado a su propio nieto.

Años más tarde, éste supo que mientras estaba fuera con sus abuelos, su padre había recibido una llamada del hospital de la zona, llamada en la que recibía la confirmación del diagnóstico que le habían aventurado días antes, aunque no había querido decirle nada a su hijo. Sus temores eran ciertos, tenía cáncer, y aún con quimioterapia, le quedaban, como máximo, cinco meses de vida, con intensos dolores. Él no quería hacer pasar a su hijo por eso, quería que se centrara en sus estudios, y decidió, en un acto de cobardía, hacer una locura. Sin pensárselo dos veces, bebió hasta emborracharse y se tiró al agua, al agua que había sido su cuna desde niño, y la cuna de su hijo. Por lo menos moriría en su elemento.

Pero Rubén todavía no sabía nada de esto, y culpó al agua de haberle arrebatado a su padre. Decidió alejarse del mar, de aquella playa, y aceptó estudiar en una Universidad del interior de la península. Así fue como su vida puso rumbo a Salamanca.

En aquella Universidad descubrió un nuevo mundo, y empezó una nueva vida. Allí a nadie le importaba el pasado de los demás, no se pedían explicaciones, y si alguna vez se las demandaban, las que Rubén daba eran escuetas.

Perdió prácticamente todo contacto con su pasado, únicamente mantenía un par de veces al mes una conversación con sus abuelos para decirles que todo iba bien. Trató de enterrar el resto en su memoria, lo más profundo que pudo, hasta que finalmente creyó haberlo olvidado. Sin embargo, lo que no podía olvidar era la relación tan especial que había mantenido con el agua y, pese a que había prometido alejarse de ella, le fue imposible cumplir su promesa, y pasaba todos los ratos libres de que disponía paseando junto a un río o un lago, muchas veces tratando de poner en orden sus ideas.

Fue en uno de estos paseos donde conoció a Carolina. La vio frente al lago, tan etérea que parecía irreal, pero se dio cuenta de que no era así cuando, absorto con su imagen, no se percató de que se estaba acercando y chocó contra ella. Entonces, todas sus ideas volvieron a desordenarse, y se ruborizó de tal forma que su cara adquirió el mismo color que un tomate maduro. Ante esta reacción, ella le preguntó si se encontraba bien, y él casi no pudo articular palabra. Se dio cuenta de que estaba empezando a marearse, y decidió sentarse en el suelo. Carolina se sentó junto a él, mirándole, y esperando a que se le pasara el aturdimiento y pudiera hablar.

Cuando Rubén por fin pudo recolocar sus ideas en el desorden en que se encontraban anteriormente, pudo mirarla y hablar sin miedo. Lo primero que salió de su boca fue una disculpa por el choque, y la pregunta de si estaba bien. Pero ella estaba más preocupada por el aturdimiento que él había sufrido, y así se lo hizo saber. La respuesta de Rubén fue que el aturdimiento no tenía nada que ver con ella, no con el choque, que ya venía así de fábrica. Ante esta broma Carolina no pudo más que sonreír, y tenderle su mano, presentándose. De esta forma, dos vidas completamente ajenas habían cruzado sus caminos, y, aún sin saberlo todavía, tendrían gran importancia en sus respectivos destinos.

Estuvieron un rato allí sentados, tratando de conocerse. Ella había vivido toda su vida en Salamanca, y estudiaba psicología, mientras que él había vivido toda su vida en la costa y estudiaba biología. Carolina sabía que le estaba ocultando algo, podía verlo en la expresión de sus ojos al nombrar la costa, pero no le dijo nada, él ya se lo contaría cuando estuviera preparado para hacerlo. Sin casi darse cuenta se les hizo de noche mientras hablaban, y Rubén insistió en invitar a Carolina a un café. Ella tenía muchísimas ganas de aceptar la invitación, pero tenía que irse a casa a cuidar de su hermano, ya que sus padres, ambos médicos, tenían turno de noche en el hospital.

De este modo, se despidieron, no sin antes intercambiar direcciones y números de teléfono. Carolina le prometió a Rubén que lo llamaría al día siguiente, y que recordaría la invitación que le había hecho.

Mientras volvía a casa aquella noche, Rubén casi no podía creer lo que había sucedido. Ese sentimiento tenía tal fuerza, que llegó a creer incluso que el encuentro había sido fruto de su imaginación. Sin embargo, la tarde siguiente recibió una llamada que le demostró que aquello había sido real, y, para terminar de creérselo, invitó a Carolina a un café esa misma tarde. Quedó en pasar por su facultad a buscarla a las seis, cuando ella terminara las clases. Así, pasó el resto del día con una sensación extraña en el estómago, y deseando que el tiempo pasara más deprisa, aunque, cuanto más lo deseaba, más despacio parecía que pasaba.

Sin embargo, el tiempo nunca se detiene, y por fin llegó la hora, aunque Rubén llevaba ya más de diez minutos esperando en la puerta de la facultad de psicología. Cuando vio aparecer a Carolina, fue como si su estómago diera un salto y toda la sangre de su cuerpo se localizase en su rostro. Pensó que se había ruborizado tanto que ella no le reconocería, pero no fue así, y, al verle, ella fue directa hacia él con una espléndida sonrisa en la cara.

Tras tomar un café en una pequeña taberna del centro de la ciudad, salieron a dar un paseo, y Carolina le enseñó a Rubén sus rincones favoritos de la ciudad, que pronto pasaron también a ser los de él. A su vez, él le enseñó a ella sus lugares favoritos, como el río y el lago en el que se habían encontrado por primera vez. Al despedirse, se miraron a los ojos, y ninguno de los dos supo refrenar el deseo de besarse, así que ambos se fundieron en un beso que se les antojó eterno, pero el cual hubieran deseado que no acabara nunca. De este modo, se despidieron, quedando en verse dentro de dos días, para hablar las cosas, aunque ya estaban bastante claras, se habían enamorado.

De este modo, comenzaron a salir, y siempre buscaban un hueco para verse, entre clases, por la tarde, los fines de semana… Pronto Rubén sintió que ella merecía saberlo todo sobre su pasado, y decidió sincerarse con Carolina, contándole su historia completa, el abandono de su madre, la muerte de su padre, la relación tan distante que mantenía ahora con sus abuelos… Se asombró de que ella lo escuchara tranquilamente y no le interrumpiera en ningún momento, y sintió una agradable sensación de desahogo, combinada con el sentimiento de que estaba hablando con la mujer de su vida, lo supo desde entonces. Sin embargo, aún habiéndole contado toda la historia, no fue capaz de derramar una sola lágrima, ni siquiera cuando le contó cómo había muerto su padre.

Así, una vez fueron completamente sinceros, su relación fue mucho más intensa, se querían con locura, y ambos sabían que iban a pasar el resto de su vida al lado del otro. Pasaron momentos duros mientras ambos estudiaban sus respectivas carreras, el estrés, los exámenes, el distanciamiento que supone no verse durante días,… pero fueron capaces de superarlo.

Cuando terminó la carrera, Carolina decidió buscar trabajo mientras elaboraba su tesis, y Rubén terminaba su último año de biología. Su búsqueda dio resultado y entró a trabajar como asesora psicológica en la propia universidad, lo cual le dejaba además bastante tiempo libre para dedicarlo a su tesis y a Rubén. Sin embargo, esto aún les empezaba a parecer poco a los dos, y decidieron pasar juntos el mayor tiempo posible, de modo que alquilaron un piso y se fueron a vivir juntos. Fue un gran cambió, y les costó acostumbrarse, pero en cuanto lo hicieron, fueron más felices de lo que nunca habían sido.

Carolina terminó su tesis, y Rubén empezó la suya, cuyo tema eran los animales acuáticos. Un día, Carolina llegó a casa con una carta en la mano, muy emocionada. Cuando él preguntó, le contó que le habían ofrecido trabajo como psicóloga en un hospital de la costa Norte, y que éste era justo el trabajo que ella siempre había soñado. Al ver la cara de Rubén, cayó en la cuenta de que el hospital del que venía la oferta era el hospital de la zona en la que él se había criado. Él, a su vez, cuando vio lo emocionada que estaba ella y lo mucho que deseaba aquel trabajo, supo que podría hacer por ella cualquier cosa, incluso volver a la playa de la que había decidido huir hacía tantos años.

Así que allí estaba, de nuevo, en aquella playa que se había llevado a su padre. Pero no era así, su padre se había ido sólo, el agua nunca había tenido ninguna culpa. Rubén había aprendido que por muchas dificultades que la vida te ponga delante, siempre hay que hacerles frente, y ser valiente. En ese momento, allí, fue capaz de llorar todo lo que no había llorado; y lloró entonces, lágrimas de sal.