lunes, 21 de abril de 2008

Ella era...


Ella era todo lo que él siempre había soñado. Solo había un problema, no sabía quién era. Había salido esa tarde a pasear por un parque cercano a su casa, y, cuando estaba descansando sentado a la sombra, la vio. Era preciosa, con una melena larguísima y unos ojos azules en los que podía perderse, incluso nadar en ellos. Pensó que era una turista, ya que llevaba una cámara de fotos colgada al cuello. Pero, tras observarla un rato, ensimismado, se dio cuenta de que estaba fotografiando lo que a muchísimas personas podrían parecerles nimiedades, de modo que llegó a la conclusión de que muy probablemente era estudiante de fotografía. Pasó toda la tarde así, observándola, mientras hacía como que leía cuando en realidad no había avanzado ni una sola línea en el libro.

Sin embargo, no se atrevió a acercarse a ella ni a decirle una sola palabra en todo ese tiempo. Cuando se dio cuenta, el reloj marcaba ya las 9 de la noche y ella se había ido, así que decidió que ya iba siendo hora de volver a casa. Al llegar, se arrepintió terriblemente de no haber hablado con ella, ya que quizás no volviera a verla.

Esa semana fue al parque cada tarde con la esperanza de volverla a ver, pero, tras tantas tardes perdidas, empezó a pensar que prácticamente no existían posibilidades de que ella volviera por allí con su cámara.

Decidió ir una última tarde, aunque ya habían desaparecido todas sus esperanzas. Y al llegar, cuál fue su sorpresa, allí estaba ella, tan guapa como la primera vez que la vio, con su cámara al cuello.

La observó, como si estuviera bajo un hechizo, mientras ella fotografiaba los árboles, a los niños jugando, las hojas que habían caído al suelo e incluso una mariposa que se había posado en una pequeña flor. De repente, se rompió el hechizo cuando, al mirar al frente vio que el objetivo le apuntaba directamente a él. No podía creerlo, le había sacado una foto, ¡y sonreía al hacerlo! Parecía que se había dado cuenta de que él la estaba observando, ya que su sonrisa tenía un matiz burlón. Se consoló pensando que por lo menos no se había asustado y huido de él.

El corazón casi se le salió del pecho cuando se dio cuenta de que estaba acercándose a él y, cuando le saludó, tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no balbucear, pero no pudo evitar sonrojarse.

Tras saludarse, ella le dijo que nunca se había sentido tan observada pero que, siendo él quien la observaba le gustaba esa sensación. Él se disculpó por no haberse acercado a ella antes y haberla observado desde la distancia. Pero ella no aceptó sus disculpas, argumentando que gracias a que él la había observado tenía una de las mejores fotos que había sacado en toda su carrera. La invitó a sentarse junto a él a la sombra del árbol y a charlar un rato y ella accedió.

Lo primero fueron las presentaciones. Ella se llamaba Sara y, como el había supuesto, era estudiante de fotografía, ya en su último año de carrera. Él se llamaba Marcos y era profesor de primaria en un colegio de la zona. De esta forma, sentados, charlando, se les hizo tardísimo, y, como ya empezaba a refrescar, ambos se fueron a sus respectivas casas, no sin antes intercambiarse los números de teléfono.

Al día siguiente ninguno de los dos sabía si llamar al otro, y ambos se preguntaban si lo vivido la tarde anterior era real o había sido solo un sueño. Finalmente, fue Marcos el que decidió que no quería perder más el tiempo y quería revivir la sensación de la tarde anterior.

Hablaron por teléfono y decidieron quedar esa misma tarde para tomar un café. Con una condición, que fuera Sara quien eligiera el sitio. Él accedió sin reprocharle nada. Ambos acudieron puntualmente a la cita en el mismo sitio en que se habían conocido y ella empezó a caminar hacia el lugar que había elegido, pero no quiso decirle cuál era.

Llevó a Marcos por la zona antigua de la ciudad enseñándole miles de detalles en los que él nunca se había fijado. Era como si estuviera viendo la ciudad con otros ojos. Finalmente llegaron a una pequeña cafetería situada en una esquina de la calle más gótica del barrio antiguo. Era una cafetería preciosa, en la que se respiraba un ambiente familiar. Estaba completamente decorada con cuadros que representaban la ciudad y sus habitantes en diferentes épocas. Junto a cada uno de estos cuadros había una fotografía de su autor/a. Marcos se sorprendió cuando descubrió en una de las esquinas una fotografía de su acompañante, una de las más recientes de la cafetería. Entonces le dijo que creía que era un cuadro estupendo, pero se dio cuenta de que había cometido un error al decírselo cuando los ojos de Sara se humedecieron. Ella le explicó que el cuadro no era suyo, que era el último que su hermana había pintado antes de morir. Marcos le dijo cuánto lo sentía, y trató de consolarla, pero ella le dijo que no se preocupara, que sabía que lo sentía, pero que ella era feliz, y sentía que su hermana estaba con ella cada vez que fotografiaba algo. Marcos entonces le abrió su corazón como nunca antes lo había hecho con nadie, y le dijo que la entendía perfectamente. Nunca se lo había dicho a nadie, pero había perdido a su hermana en un accidente cuando tenía siete años, y ahora sentía que estaba con él cada vez que uno de los niños a los que daba clase sonreía.

Pasaron así en la cafetería tres horas, ambos sabían que se estaban enamorando, pero no dijeron nada.

Al día siguiente fue Sara la que se decidió a llamar por teléfono. Iba a revelar las fotos y quería invitarle para que viera la suya. Los dos se mostraban impacientes en la sala de revelado. De repente, empezó a aparecer algo en la foto que debería haber sido la de Marcos. No estaba él, bueno si, estaba, pero no solo. Un escalofrío le recorrió de la cabeza a los pies cuando vio la fotografía, eran ella y él, besándose.

En ese momento, se despertó. No quería creerse que todo hubiera sido un sueño, había sido tan bonito, tan real… Ahora solo le quedaba un dolor de cabeza.

Se decidió a salir a dar una vuelta por el parque y allí estaba ella, la chica de su sueño. Tal y como le miró, parecía que ella también le hubiera reconocido. Marcos se decidió, fue hacia ella y, sin darle oportunidad de decir nada, la besó.

martes, 15 de abril de 2008

Recuerdos


Recuerdos, todo lo que le quedaba en aquel momento eran recuerdos. Dulces, amargos, alegres, tristes… pero solo eran eso: momentos que habían quedado grabados en su memoria.

Recordaba con dulzura los dos años de maravilloso noviazgo que habían pasado juntos. Pero conforme su mente paseaba entre esos años le era inevitable acordarse de cómo, una vez casados, todo había cambiado de una forma tan radical… Todavía temblaba al recordar las primeras borracheras, los primeros insultos, los golpes… En un principio simplemente se decía: “ha tenido un mal día, eso es todo”. Pero esos días malos fueron pasando uno, otro y otro más. Ella no se atrevía a decir basta, en parte por miedo, en parte porque cuando él le decía que le quería lo olvidaba todo y decidía darle una oportunidad más.

Sin embargo, todas las oportunidades que le daba, únicamente servían para que la furia de él aumentara y las palizas, además de ser cada vez más frecuentes, eran más dolorosas (no sólo físicamente) y difíciles de ocultar.

Ella no podía evitar que las lágrimas resbalaran por su rostro cuando recordaba como había mentido a su madre al decirle que se había pegado con una puerta y por ello tenía ese moratón en el brazo.

Pero ahora ya no habría más motivos para llorar o temblar, pensó mientras era arropada por el sonido de las sirenas en la calle. Sirenas que venían a ver si él estaba vivo, pero no lo estaba, ella le había disparado con su propia pistola tras arrebatársela cuando él la apuntaba en la sien.

Todavía se pregunta de dónde habían salido el valor y la fuerza necesaria para hacerlo, pero ahora ya era libre. Aún se despierta empapada en sudor creyendo que ha oído el ruido de la puerta y sus pasos, borracho, pero sabe que es una pesadilla, y lo que más le importa ahora y lo más apreciado que tiene es su libertad, que nadie podrá quitarle nunca.

Libertad que siempre debiera haber sido suya, que nunca se le debiera haber arrebatado, que todas las mujeres se merecen, y que, desgraciadamente, aún hay muchas de ellas que no la tienen.

domingo, 13 de abril de 2008

Silencio



Silencio, ahora mismo daría cualquier cosa por un poco de silencio, un minuto al menos. Para, en silencio, poder escuchar mi agitada respiración, y lograr calmarla, al igual que los acelerados latidos de mi corazón, que siento pero no puedo escuchar y, sin escucharlos, sin poder concentrarme en ellos, no puedo conseguir que mi corazón lata con su ritmo normal.

Sin embargo, parece que hoy, una vez más, no obtendré tan apreciado tesoro. Parece que hoy desconocemos el valor del silencio, vivimos en una sociedad en la cual se cree que, cuanto más ruido se haga, más se nos “escuchará” (en realidad puede que se nos oiga más fuerte, pero no significa que las cosas que se dicen sean dignas de ser escuchadas). Cuando dos personas, o más, discuten, parece que la que gana la discusión es la persona que más grita, no la que mejores argumentos da (¿alguien me lo puede explicar?). También parece que cuanto más largo sea el discurso que damos, más razón tenemos, pero puede que alguien resuma todo ese discurso en una sola frase, o incluso en una sola palabra: ¿cuál de los dos disertadores habrá estado más acertado?

Pienso que a veces puede ser más valioso un minuto de silencio, que toda una hora de disertación ininteligible. Por ello, cuando me hacen una pregunta o me dicen algo que no merece la pena responder, mi posición es firme: silencio. Cuando alguien nos insulta, nuestra respuesta debería ser igual de firme: ignorarlo, y responderle con un silencio, que en ocasiones duele más que cualquier palabra.

Seguiré buscando mi pequeño minuto de silencio, de ese tesoro que me es tan preciado, cada día, quizá algún día consiga encontrarlo y desvelar algún secreto, para que esta sociedad deje de gritar tan fuerte y logremos escucharnos los unos a los otros, sin necesidad de alzar la voz por encima de la de los demás.

sábado, 12 de abril de 2008

Buscando

Siempre he dicho que en cada texto escrito por alguien se cuela una parte del autor; a veces hay que buscar entre líneas para encontrarla y otra veces es suficiente con leer el texto en sí. Dejo aquí una poesía en la que no hace falta que me busquéis, cada línea, cada palabra, soy yo en estado puro.
Espero que os guste.

Voy buscándome a mi misma
Estoy buscándole un sentido
A lo que llamamos vida
A eso que nos va matando

Es una búsqueda larga
Para la cual no existen mapas
Y para la que el camino
No existe si no lo andas.

Una búsqueda entre lágrimas
Sonrisas y carcajadas
Apoyada por amigos
Herida por puñaladas.

Aún no he encontrado mi sitio
Mas, ¿lo encontraré algún día?
Si no lo encuentro, al menos,
Disfrutaré de la vida.

Si buscas hazlo con calma
No por andar más deprisa
Llegarás al final antes
Quizás tomando un atajo
Te pierdas algo importante.

¡¡Bienvenid@s!!


Bienvenid@s a este pequeño rincón donde intentré dejaros una pequeña parte de mi misma, para que podáis intentar conocerme, si queréis, a través de mis creaciones literarias, o simplemente para que disfrutéis con éstas y hagáis una pequeña crítica si os apetece.
Gracias por visitarme.