domingo, 28 de septiembre de 2008

Mensaje en una botella

Hace unos cuantos días que El Ente me lanzó esta botella, para que yo añadiera mi propio mensaje, y aquí está:

"Por un mundo sin necesidad de héroes."

Se supone que yo ahora debería lanzarla a un número determinado de blogs, pero haré algo mejor, os dejo el link con la imagen en blanco, para que quien tenga algún mensaje que añadir lo haga, sin ningún compromiso. Espero que la botella vaya dando la vuelta al mundo de internet, con los mensajes de muchos usuarios.

Aquí teneís la foto de la botella.


martes, 23 de septiembre de 2008

El hombre de su vida

Se paró allí, en mitad de aquel largo pasillo, a observarle. Pensó que era perfecto para ella, que podría ser él a quien llevaba buscando tanto tiempo. Era alto, esbelto, su cabello, recogido en una coleta, era negro azabache, y sus ojos eran de color azul intenso, haciendo que su mirada tuviera un aura misteriosa. Estaba apoyado contra la pared, inmerso en la lectura de un libro que ella había leído más de tres veces: “La República”, de Platón. Así que además de ser guapísimo, parecía una persona inteligente, y con buen gusto literario y filosófico.

Ella empezó a imaginarse cómo podría ser su vida junto a un hombre así. El podría ser profesor y ella… ella quería ser médico. Tendrían una casa preciosa, decorada con muy buen gusto y habitada también por un par de niños pequeños, con los ojos de su padre y la sonrisa de su madre.

Decidió entonces que ya era hora de dar un paso adelante, así que apartó sus ojos del cuadro que representaba al hombre de sus sueños, y siguió su camino por aquella galería de arte.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Heroína, ¿a qué precio?

Cuando levantó la cabeza, sus ojos parecían dos ardientes llamas, y su boca estaba cubierta de sangre. Ellos dos eran los últimos que quedaban con vida de toda la expedición, y le habían visto devorar a sus víctimas una tras otra. El ritual era siempre el mismo, nada de carne, únicamente engullía las vísceras. Mientras por algún extraño conjuro el corazón de sus víctimas aún latía, él comenzaba devorando su hígado, seguido del estómago y del bazo, y finalmente, el golpe decisivo, el corazón, que aún latía en el interior del pecho de la víctima. Por alguna razón, nunca devoraba los pulmones o los intestinos de los pobres infelices que iban a parar a sus fauces.

Marta y Roberto, los últimos de aquella expedición, llevaban un buen rato discutiendo cuál era la mejor manera de escapar de allí. Se les habían ocurrido muchísimos planes, pero ninguno de ellos sensato, o con una mínima posibilidad de llegar a buen puerto.

Cuando la bestia se sumergió de nuevo en su víctima, ellos continuaron con su discusión:

– Vamos a ver, Marta, aunque encontremos un modo de escapar de aquí, no servirá de nada si no logramos desatarnos. – Roberto trataba de parecer serio, pero el miedo se notaba en su voz.

Sin que él supiera porqué, una sonrisa burlona apareció en el rostro de Marta, que le mostró sus manos, libres ya de ataduras, y acto seguido, se colocó tras él para liberarle de las suyas.

– Pero… ¿cuándo te has desatado? Y, ¿por qué no me has dicho nada antes? – Roberto no podía ocultar su asombro ante la visión de las manos desatadas de su compañera.

– Me desaté hace poco, no te he dicho nada porque ese horrible ser estaba mirándonos, y no sé si puede o no entender lo que nosotros decimos. El último nudo y… ¡Deja de moverte, o no terminaré nunca! Ya está, eres libre, vayámonos con sigilo, por allí he visto antes una pequeña abertura, por la que podremos pasar. –

Salieron por aquel pequeño hueco, despacio, tratando de no hacer ningún ruido. Roberto se frotaba las muñecas, no podía creerse que hubieran podido escapar de ese ser con vida. Miró a su compañera, como si de repente no la conociera, y pensó que nunca le había visto demostrar tanta seguridad en sí misma. Marta se percató de que él no dejaba de mirarle embobado, así que hizo que volviera a la realidad:

– No me mires así, Roberto, esto no ha hecho más que empezar, debemos matar a esa bestia y salir de aquí, pero primero tenemos que averiguar cómo hacerlo. –

Al escuchar esas palabras, él se paró en seco:

– ¿Matarla? ¿Te has vuelto loca? ¿O es que has olvidado cómo han terminado todos nuestros compañeros? – Roberto miraba a su amiga como si realmente se hubiera vuelto loca, como si quisiera convertirse en una heroína de una de aquellas series de ficción que tanto le gustaban.

– Precisamente porque no he olvidado como han acabado nuestros compañeros debemos acabar con la bestia, para que nadie más pase por lo que ellos han pasado. – Volvió sobre sus pasos para agarrar a Roberto y hacerle continuar.

Caminaron por aquella cueva, hasta que las fuerzas empezaron a fallarles, y decidieron buscar algún lugar lo suficientemente seguro como para descansar. Encontraron una pequeña excavación natural, en la que podrían refugiarse hasta haber recuperado fuerzas. Roberto se sentó, con la espalda apoyada en la pared, y empezó a hablar:

– No me lo puedo creer, tenemos la oportunidad de buscar una salida para escapar de aquí, y a ti se te mete entre ceja y ceja que hay que matar a ese monstruo. No te reconozco, Marta, siempre había creído que eras una cobarde, pero mírate, buscando la forma de acabar con la bestia. Por una parte esto me resulta excitante: la adrenalina de la lucha, de la huída, el trabajo de nuestras neuronas buscando una solución al problema… Pero por otro lado, parece que estemos inmersos en una película de terror, una de esas en las que no sabes cuándo te darán el próximo susto, el problema es que en nuestro caso, el próximo susto podría ser el último… –

– Ven a ver esto, Rober. – Marta estaba absorta en algo que había en aquella pared, así que Roberto se levantó y se acercó.

– ¿Qué se supone que es eso? Parecen… No puede ser, hay algo escrito, ¿qué pone? –

Marta pasó el dedo por aquella escritura y leyó: – “Como mata, la bestia morirá.

Roberto parecía asombrado: – ¿Qué crees que significa? ¿La bestia se merece morir por haber matado tanto? –

Una chispa iluminó de repente los ojos de Marta, que se volvió hacia su compañero diciéndole: – No, es más sencillo que todo eso, significa que la bestia debe morir de la misma forma que mata a sus víctimas, ¡tenemos que comérnosla! –

– ¡¿QUÉ?! – Roberto no cabía en si de asombro, pensaba que Marta se había vuelto loca, así que intentó disuadirla: – Piénsalo bien, ¿crees que podremos sobrevivir si intentamos matarla? Es más, ya has visto como se come a sus víctimas, ¿crees que vamos a poder igualarlo? El corazón aún debe latir cuando lo devoremos, ¿cómo vas a conseguir algo así? –

– Mira con atención la pared, ¿ves los dibujos? Describen perfectamente como debemos abrirla para poder hacer con ella lo que ella misma ha hecho con nuestros compañeros. Lo he memorizado, no te preocupes, ahora debemos encontrar a esa

bestia. –

Comenzaron a recorrer a tientas la gruta en la que se encontraban, mirando en cada rincón, hasta que fueron invadidos por un nauseabundo olor, que les hizo saber que ya estaban cerca. Ralentizaron el paso, para no hacer ningún ruido que pudiera alertar al monstruo, hasta que lo encontraron, dormido en un rincón, rodeado de los cadáveres semidevorados de sus víctimas. En esta lucha, era Marta la que llevaba la voz cantante, así que ordenó a Roberto que entrara allí y sujetara las manos de la bestia. Una vez lo hubo logrado, ella invadió la escena, derramando un puñado de tierra sobre los ojos de la bestia, que dejó de imponer resistencia. Ninguno de los dos tenía un cuchillo ni ningún elemento punzante, así que usaron las propias garras de aquel ser para abrirle en canal, mientras su corazón aún latía.

Sin ningún tipo de duda, Marta comenzó a devorar el hígado, y Roberto, aún invadido por la inseguridad, siguió su ejemplo. Le hicieron a ella lo mismo que la habían visto hacer a todos sus compañeros, la devoraron poco a poco, terminando por su corazón, que aún latía, al igual que el de sus víctimas. Tras engullir el último fragmento de su corazón, lo que quedaba de la bestia, de desvaneció, convirtiéndose en polvo.

Marta y Roberto, permanecieron allí un rato, absortos en sus pensamientos, hasta que ella se levantó y tiró de él, obligándole a salir de su ensoñación. Aún algo aturdidos, vagaron por la cueva en busca de una salida, hasta que por fin la encontraron, y pudieron ver de nuevo la luz del día. Cuando sus ojos finalmente se acostumbraron a la deslumbrante claridad, pudieron divisar a varias personas, vestidas de amarillo, corriendo hacia ellos. Ambos estaba agotados, así que sus ojos se fueron cerrando poco a poco mientras oían palabras sueltas como: deshidratados, suero, sangre…

Cuando Marta despertó, estaba sola, en una blanca habitación de hospital. Quiso levantarse, pero algo la retenía en la cama, no supo de qué se trataba hasta que se miró las muñecas y vio que estaba esposada pero, ¿por qué? En ese momento, una enfermera entró a cambiarle el suero y, al ver que estaba despierta salió enseguida cerrando la puerta. Marta escuchó entonces voces que parecían venir del pasillo:

– Señor, sí, ya está despierta, puede subir cuando quiera. – Sobrevino un silencio, como si la enfermera estuviera recibiendo alguna indicación. – Está bien, se lo diré. –

Marta escuchó los pasos de aquella mujer, alejándose por el pasillo, y cinco minutos después vio abrirse la puerta, por la que apareció un hombre, que se identificó con inspector Reyes.

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué estoy esposada a esta cama? ¿Dónde está Roberto? – Las preguntas se agolpaban en la cabeza de Marta, mientras el inspector la miraba, impasible.

El inspector habló entonces con una voz que denotaba una gran seriedad: – Su compañero murió durante el traslado al hospital, su corazón había sufrido mucho, y los sanitarios no consiguieron reanimarle, lo siento. En cuanto a porqué está esposada, está usted detenida acusada de 28 asesinatos, con el agravante de canibalismo. –

Marta pensó que aquello no podía estar pasando, ella no había matado a nadie, únicamente a aquella bestia, para impedir que no matara a nadie más.

– No puede ser real… Yo no he matado a nadie. ¿Quiere saber lo que realmente pasó en la cueva? – El inspector asintió, esperando que Marta le diera alguna explicación.

Pensó que acusaría a Roberto, que intentaría librarse culpando a su compañero muerto, pero para nada se esperaba la explicación que escuchó salir de sus labios. Le habló de la bestia, de cómo habían escapado, de la inscripción en la pared y de cómo la habían matado devorándola hasta convertirla en polvo. Reyes no cabía en si de asombro, por la historia que le había contado, y por lo convencida que estaba ella, sin duda ella creía que lo que decía era verdad.

Por desgracia para Marta, nadie le creyó, y terminó siendo portada de todos los periódicos, como la asesina caníbal, que devoró a sus compañeros cuando aún estaban vivos. Fue examinada por varios psicólogos antes del juicio, en el que se alegó demencia.

Hoy en día, Marta está encerrada de por vida en un hospital psiquiátrico, lleva 20 años sin pisar la calle, pero le cuenta su historia a todo aquel dispuesto a escucharla. Sin embargo, hasta ahora, nadie la ha creído, todos la toman por una loca asesina, y hay quien cree que su locura fue únicamente una tapadera para evitar la cárcel, pero que se ha visto obligada a continuar con ella.

¿Está Marta realmente loca o dice la verdad? La versión oficial de la justicia dijo que perdió la cordura antes de cometer aquellos horribles crímenes. Tras tantos años, incluso la propia Marta ha comenzado a dudar de si salud mental, y se pasa todo el día encerrada en su habitación, pidiéndole perdón a Roberto, pensando que debería haberle hecho caso, y haber salido de aquella cueva sin hacerse la heroína, sin haber matado a aquella bestia… Sin embargo, en su interior alberga una extraña sensación, se siente bien, está orgullosa de haber acabado con ella, quién sabe cuántas personas se habrán llegado a salvar gracias a las acciones que decidió llevar a cabo en aquella cueva. ¿Fue Marta una asesina, o crees que fue una heroína?

viernes, 12 de septiembre de 2008

Y tú, ¿a qué esperas?

Dedicado a "MuÑeQuiTa_De_CueRo", gracias por la inspiración.

Lilyth no podía dejar de mirar como sus manos se entrelazaban entre sí, como sus dedos jugaban, incapaces de mantenerse quietos.
– Deberías intentar tranquilizarte – dijo una voz que ella no reconoció, mientras unas manos abarcaban las suyas con firmeza. Alzó la vista para encontrarse con un rostro que no había visto nunca, y antes de que pudiera decir nada, él habló de nuevo:
– ¡Vaya! – exclamó – tienes las manos heladas, ¿te encuentras bien?
Al percatarse de su reacción al escucharle, pensó que lo mejor sería dejarla sola con sus pensamientos, por lo que se alejó hacia el final de aquel largo pasillo, desapareciendo de su vista al recorrer la última curva.
Mientras tanto, ella viajaba ya por el mundo de los recuerdos, y es que, al escuchar aquellas palabras, visualizó el día en que él le había puesto un nuevo nombre, uno propio e intransferible, le había llamado “Lady Cold Hands”. Era la única persona que le llamaba así, y a Lilyth le invadía una extraña sensación cada vez que pronunciaba ese nombre.
De repente, se acordó de la razón por la que estaba allí esperando, convertida en un mar de nervios, y rompió a llorar. No quería perderle, quería que él siguiera llamándola “Lady Cold Hands”, y quería que aquella extraña sensación siguiera apareciendo cada vez que lo hacía. Derramó una lágrima por cada cosa que no había sido capaz de decirle, por cada cosa que le diría ahora si le dieran la oportunidad, y fueron muchas las lágrimas que resbalaron por sus blanquecinas mejillas.
Volvió entonces la vista hacia esa gigantesca puerta de metal, tras la que se encontraba el hombre del que estaba enamorada. “No te mueras”, pensó, “ni se te ocurra morirte, o nunca tendré la oportunidad de decirte lo que siento por ti”.
Al otro lado de aquella puerta, él estaba tendido en la mesa de quirófano, soñando, o recordando. Soñaba con el día en que la conoció, le había parecido tan hermosa, tan frágil como una muñeca de porcelana, pero a su vez fuerte, abrigada por su chupa de cuero. La había amado desde ese primer día, y supo que estaban hechos el uno para el otro. Sin embargo, por miedo al rechazo, o a alejarla de él, no se lo había dicho nunca. Tenía que salir de allí, debía sobrevivir, se sentía obligado a decirle lo que sentía por ella, así que decidió que saldría vivo de aquel quirófano.
Puede que todo aquello, los recuerdos, la ambición por sobrevivir, fueran simplemente un sueño o una alucinación producida por la anestesia, pero él lo recordaba perfectamente cuando despertó en la cama de la blanca habitación, con ella a su lado sosteniéndole la mano. Entonces, se dijeron sin rodeos todo lo que por miedo no se habían dicho hasta ahora, resultó que los temores de ambos eran infundados, estaban destinados, al fin y al cabo.
Y tú, ¿a qué esperas para decirle lo que sientes?

martes, 9 de septiembre de 2008

Audiorrelatos en el Mitorock

En el Mitorock han confiado en mí desde que empecé a escribir, y hace poco han adaptado tres de mis relatos a audio. Os recomiendo, que además de escuchar mis relatos, paséeis por el fantástico mundo que han creado a base de mitos y rock 'n' roll.

Desde aquí quiero dar las gracias a Charly y a Javi, por confiar en mí, y por ser tan buenos amigos.

Si quieres escuchar los relatos pincha aquí.

Espero que os gusten.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La Obra (2ª Parte)

No era posible, se estaba representando una obra, sin público, ¡y sin actores! Entonces nos dimos cuenta de que no se trataba de que no hubiera actores, si no que nos costaba verlos, debido a su condición translúcida. En un principio nos pareció algo imposible, pero no podíamos negarlo, lo estábamos viendo con nuestros propios ojos, se trataba de una obra representada por fantasmas. No queríamos creérnoslo, pero cuando nos acostumbramos a la oscuridad que allí reinaba, pudimos verlos claramente, cada uno representando un papel, sin darse cuenta de que estábamos observándolos. Yo nunca había creído (o más bien no había querido creer) en esas cosas, pero no podía negar lo que estaba viendo, y tampoco conseguía encontrar una explicación racional a aquello.

No sabría decir cuánto tiempo llevábamos allí, observando en silencio, cuando apareció alguien de carne y hueso, al que Dani reconoció, y por cómo habló con él supuse que era el dueño del teatro. Discutieron, o más bien Dani discutió, ya que su interlocutor se mostraba bastante calmado, como si estuviera esperando a que él terminara de desahogarse. Al fin, conseguí que Dani se calmara, y le pedí a aquel hombre que dijera lo que tuviera que decir. Nos dijo que sentía habernos llevado hasta allí mediante engaños, pero que aquellas almas necesitaban ayuda, una ayuda que solo alguien que supiera escribir podría darles. Le pedí que nos contara su historia, y así lo hizo:

“Las que aquí veis, son almas en pena, se trata de una antigua compañía de teatro cuyos miembros murieron durante un ensayo debido a un incendio. Por desgracia, la obra que ensayaban estaba inacabada y tras el incendio el escritor desapareció. No sabían qué era lo que les había pasado, ni siquiera sabían que habían muerto, hasta que se dieron cuenta de que fuera del teatro, nadie podía verlos. Intentaron, en vano, buscar al escritor para que terminase la obra, pero al no encontrarlo, ellos se vieron condenados a repetir una y otra vez la misma escena, hasta que alguien escriba un final digno de ella. A mí me han enviado para ayudarles, por lo que trato de atraer hasta el teatro a los escritores más prometedores, para que alguno consiga liberar a estas pobres almas, pero por desgracia, hasta ahora ninguno lo ha logrado. La mayoría huyeron al conocer su historia, y los que se quedaron a intentarlo, sucumbieron a la presión. Sois su esperanza, por favor, ¿los ayudaréis?”

Antes de que yo pudiera decir nada, Dani se negó rotundamente. No me esperaba una respuesta así por su parte, por lo que le pedí que nos alejáramos del escenario un momento para hablarlo. Le dije que por mucho que se opusiera, yo pensaba ayudarles, no podía irme sabiendo que ni siquiera lo había intentado. Sabía que yo era muy testaruda, así que, aún a regañadientes, accedió. Volvimos al escenario, donde nos esperaba el dueño del teatro, al que se le iluminó la cara cuando le dijimos que yo intentaría ayudarles. Nos pidió que nos sentáramos y esperáramos, mientras él iba a buscar la obra que yo debía completar de forma satisfactoria.

Le hicimos caso, y nos sentamos allí, con la vista perdida en el escenario, como si estuviéramos hipnotizados por aquellas pobres almas que representaban la misma escena una y otra vez. De repente, Dani posó su mano sobre mi hombro, haciendo que un escalofrío recorriera mi espalda y, suavemente, con su otra mano, hizo que me volviera hacia él. Me miró a los ojos, y me confesó algo que me pilló completamente desprevenida. Me dijo que tuviera mucho cuidado, que no podría soportar perderme de nuevo. No tenía palabras para responderle, y parecía que él no iba a decir nada más, por lo que nos miramos, perdiéndonos cada uno en los ojos del otro, hasta que la vuelta del dueño rompió el hechizo que nos había atrapado. Me entregó la primera parte de aquella obra, y allí mismo comencé a leerla.

Desde la primera página, no tuve ningún problema para sumergirme en aquella obra, empapándome de todo lo que el escritor, que debía haber sido muy bueno en su tiempo, nos contaba en ella. Me identifiqué con los personajes, conociendo a cada uno de ellos como si yo misma los hubiera creado. Cuando llegué a la escena que debía terminar, empecé a ponerme nerviosa, porque no sabía si conseguiría estar a la altura de lo que ya había escrito. Dani debió de percibir mis nervios, porque me cogió de la mano y me susurró al oído que nadie podría hacerlo mejor que yo, que era la única esperanza de aquellas almas. Me infundió ánimos, así que comencé a escribir un final. Al principio me temblaba la mano debido a los nervios, pero según iba añadiendo palabras a aquella historia me sentía más segura, y logré terminarla sin ningún impedimento más. No recuerdo cuánto tiempo pasé escribiendo, pero sí qué fue lo que sentí cuando terminé. Me sentí completamente satisfecha, plena, como si hubiera hecho algo bueno por alguien. Y así fue. Aquellas almas, por fin pudieron finalizar la representación de su obra y finalmente fueron libres para marcharse. Sus rostros se iluminaron, y sus ojos recobraron la chispa que habían ido perdiendo progresivamente tras tantos años de cautiverio. De repente, una luz invadió el escenario, cegándonos momentáneamente. Cuando pudimos ver de nuevo, aquellas almas se habían marchado, libres al fin. Les siguió, no sin antes darnos las gracias por lo que habíamos hecho, el dueño del teatro, que nos recompensó entregándole a Dani las llaves del teatro, y las escrituras a su nombre. Él y yo nos quedamos allí parados un buen rato, aturdidos, tratando de asimilar lo que habíamos vivido. Cuando nos repusimos, Dani me miró, y con una sonrisa burlona me preguntó si no pensaba invitarle a desayunar. Me hizo reir, y salimos del teatro para coger su coche e ir hacia mi casa.

Creo que durante el camino, ninguno de los dos dejamos de pensar en la confesión que Dani me había hecho, y en aquel mágico momento que habíamos vivido en el teatro y a ambos nos había parecido eterno. Cuando llegamos, le invité a pasar y le ofrecí algo de comer, pero, antes de que diera cuenta, él me besó. Fue un beso mágico, como si los dos lleváramos muchísimo tiempo esperándolo. Le cogí de la mano, y le guié hasta el dormitorio, donde empezaron las caricias. No quedó ningún centímetro de nuestros cuerpos sin recorrer, y la ropa que llevábamos voló por toda la habitación, hasta que finalmente nos fundimos en un único ser. Nos dormimos abrazados el uno al otro, como si hiciera siglos que no dormíamos ni descansábamos, como si no quisiéramos volver a separarnos nunca.

Me desperté cuando los primeros rayos de sol se colaron entre las cortinas, pero estaba sola en la cama. Creyendo que todo había sido un sueño, me puse el albornoz, y bajé a la cocina, pero un olor a café recién hecho me hizo ver que todo lo que había pasado el día anterior había sido real. Allí estaba Dani, preparando un gran desayuno. Me quedé observándole un buen rato, temiendo que aquello fuese un sueño y fuese a despertarme en cualquier momento, pero al verme, una preciosa sonrisa apareció en sus labios, esos labios que habían recorrido todo mi cuerpo hacía unas horas, se acercó a mí despacio, depositó un suave beso en mis labios, y me dijo: “Buenos días, mi amor, ¿me invitas a desayunar?”