domingo, 7 de septiembre de 2008

La Obra (2ª Parte)

No era posible, se estaba representando una obra, sin público, ¡y sin actores! Entonces nos dimos cuenta de que no se trataba de que no hubiera actores, si no que nos costaba verlos, debido a su condición translúcida. En un principio nos pareció algo imposible, pero no podíamos negarlo, lo estábamos viendo con nuestros propios ojos, se trataba de una obra representada por fantasmas. No queríamos creérnoslo, pero cuando nos acostumbramos a la oscuridad que allí reinaba, pudimos verlos claramente, cada uno representando un papel, sin darse cuenta de que estábamos observándolos. Yo nunca había creído (o más bien no había querido creer) en esas cosas, pero no podía negar lo que estaba viendo, y tampoco conseguía encontrar una explicación racional a aquello.

No sabría decir cuánto tiempo llevábamos allí, observando en silencio, cuando apareció alguien de carne y hueso, al que Dani reconoció, y por cómo habló con él supuse que era el dueño del teatro. Discutieron, o más bien Dani discutió, ya que su interlocutor se mostraba bastante calmado, como si estuviera esperando a que él terminara de desahogarse. Al fin, conseguí que Dani se calmara, y le pedí a aquel hombre que dijera lo que tuviera que decir. Nos dijo que sentía habernos llevado hasta allí mediante engaños, pero que aquellas almas necesitaban ayuda, una ayuda que solo alguien que supiera escribir podría darles. Le pedí que nos contara su historia, y así lo hizo:

“Las que aquí veis, son almas en pena, se trata de una antigua compañía de teatro cuyos miembros murieron durante un ensayo debido a un incendio. Por desgracia, la obra que ensayaban estaba inacabada y tras el incendio el escritor desapareció. No sabían qué era lo que les había pasado, ni siquiera sabían que habían muerto, hasta que se dieron cuenta de que fuera del teatro, nadie podía verlos. Intentaron, en vano, buscar al escritor para que terminase la obra, pero al no encontrarlo, ellos se vieron condenados a repetir una y otra vez la misma escena, hasta que alguien escriba un final digno de ella. A mí me han enviado para ayudarles, por lo que trato de atraer hasta el teatro a los escritores más prometedores, para que alguno consiga liberar a estas pobres almas, pero por desgracia, hasta ahora ninguno lo ha logrado. La mayoría huyeron al conocer su historia, y los que se quedaron a intentarlo, sucumbieron a la presión. Sois su esperanza, por favor, ¿los ayudaréis?”

Antes de que yo pudiera decir nada, Dani se negó rotundamente. No me esperaba una respuesta así por su parte, por lo que le pedí que nos alejáramos del escenario un momento para hablarlo. Le dije que por mucho que se opusiera, yo pensaba ayudarles, no podía irme sabiendo que ni siquiera lo había intentado. Sabía que yo era muy testaruda, así que, aún a regañadientes, accedió. Volvimos al escenario, donde nos esperaba el dueño del teatro, al que se le iluminó la cara cuando le dijimos que yo intentaría ayudarles. Nos pidió que nos sentáramos y esperáramos, mientras él iba a buscar la obra que yo debía completar de forma satisfactoria.

Le hicimos caso, y nos sentamos allí, con la vista perdida en el escenario, como si estuviéramos hipnotizados por aquellas pobres almas que representaban la misma escena una y otra vez. De repente, Dani posó su mano sobre mi hombro, haciendo que un escalofrío recorriera mi espalda y, suavemente, con su otra mano, hizo que me volviera hacia él. Me miró a los ojos, y me confesó algo que me pilló completamente desprevenida. Me dijo que tuviera mucho cuidado, que no podría soportar perderme de nuevo. No tenía palabras para responderle, y parecía que él no iba a decir nada más, por lo que nos miramos, perdiéndonos cada uno en los ojos del otro, hasta que la vuelta del dueño rompió el hechizo que nos había atrapado. Me entregó la primera parte de aquella obra, y allí mismo comencé a leerla.

Desde la primera página, no tuve ningún problema para sumergirme en aquella obra, empapándome de todo lo que el escritor, que debía haber sido muy bueno en su tiempo, nos contaba en ella. Me identifiqué con los personajes, conociendo a cada uno de ellos como si yo misma los hubiera creado. Cuando llegué a la escena que debía terminar, empecé a ponerme nerviosa, porque no sabía si conseguiría estar a la altura de lo que ya había escrito. Dani debió de percibir mis nervios, porque me cogió de la mano y me susurró al oído que nadie podría hacerlo mejor que yo, que era la única esperanza de aquellas almas. Me infundió ánimos, así que comencé a escribir un final. Al principio me temblaba la mano debido a los nervios, pero según iba añadiendo palabras a aquella historia me sentía más segura, y logré terminarla sin ningún impedimento más. No recuerdo cuánto tiempo pasé escribiendo, pero sí qué fue lo que sentí cuando terminé. Me sentí completamente satisfecha, plena, como si hubiera hecho algo bueno por alguien. Y así fue. Aquellas almas, por fin pudieron finalizar la representación de su obra y finalmente fueron libres para marcharse. Sus rostros se iluminaron, y sus ojos recobraron la chispa que habían ido perdiendo progresivamente tras tantos años de cautiverio. De repente, una luz invadió el escenario, cegándonos momentáneamente. Cuando pudimos ver de nuevo, aquellas almas se habían marchado, libres al fin. Les siguió, no sin antes darnos las gracias por lo que habíamos hecho, el dueño del teatro, que nos recompensó entregándole a Dani las llaves del teatro, y las escrituras a su nombre. Él y yo nos quedamos allí parados un buen rato, aturdidos, tratando de asimilar lo que habíamos vivido. Cuando nos repusimos, Dani me miró, y con una sonrisa burlona me preguntó si no pensaba invitarle a desayunar. Me hizo reir, y salimos del teatro para coger su coche e ir hacia mi casa.

Creo que durante el camino, ninguno de los dos dejamos de pensar en la confesión que Dani me había hecho, y en aquel mágico momento que habíamos vivido en el teatro y a ambos nos había parecido eterno. Cuando llegamos, le invité a pasar y le ofrecí algo de comer, pero, antes de que diera cuenta, él me besó. Fue un beso mágico, como si los dos lleváramos muchísimo tiempo esperándolo. Le cogí de la mano, y le guié hasta el dormitorio, donde empezaron las caricias. No quedó ningún centímetro de nuestros cuerpos sin recorrer, y la ropa que llevábamos voló por toda la habitación, hasta que finalmente nos fundimos en un único ser. Nos dormimos abrazados el uno al otro, como si hiciera siglos que no dormíamos ni descansábamos, como si no quisiéramos volver a separarnos nunca.

Me desperté cuando los primeros rayos de sol se colaron entre las cortinas, pero estaba sola en la cama. Creyendo que todo había sido un sueño, me puse el albornoz, y bajé a la cocina, pero un olor a café recién hecho me hizo ver que todo lo que había pasado el día anterior había sido real. Allí estaba Dani, preparando un gran desayuno. Me quedé observándole un buen rato, temiendo que aquello fuese un sueño y fuese a despertarme en cualquier momento, pero al verme, una preciosa sonrisa apareció en sus labios, esos labios que habían recorrido todo mi cuerpo hacía unas horas, se acercó a mí despacio, depositó un suave beso en mis labios, y me dijo: “Buenos días, mi amor, ¿me invitas a desayunar?”

3 comentarios:

El Ente dijo...

Impresionante, magica, sobrecogedora, tierna, sensual, diossssssss tengo los vellos de punta Laura. Que maravilla de historia!!!! que bien escrita, como transmite!!! ¿no hay mas capitulos? jejjeje me he quedado con ganas de mas!!!!!

UN beso!!!!

Nefertari dijo...

Pues de momento creo que no hay más capítulos, aunque no puedo decir "de este agua no beberé".

Me alegro de que te haya gustado. Muchísimas gracias por la opinión ^^

Anónimo dijo...

Muy buen relato y sorprendente en su desenlace
Enhorabuena