viernes, 12 de septiembre de 2008

Y tú, ¿a qué esperas?

Dedicado a "MuÑeQuiTa_De_CueRo", gracias por la inspiración.

Lilyth no podía dejar de mirar como sus manos se entrelazaban entre sí, como sus dedos jugaban, incapaces de mantenerse quietos.
– Deberías intentar tranquilizarte – dijo una voz que ella no reconoció, mientras unas manos abarcaban las suyas con firmeza. Alzó la vista para encontrarse con un rostro que no había visto nunca, y antes de que pudiera decir nada, él habló de nuevo:
– ¡Vaya! – exclamó – tienes las manos heladas, ¿te encuentras bien?
Al percatarse de su reacción al escucharle, pensó que lo mejor sería dejarla sola con sus pensamientos, por lo que se alejó hacia el final de aquel largo pasillo, desapareciendo de su vista al recorrer la última curva.
Mientras tanto, ella viajaba ya por el mundo de los recuerdos, y es que, al escuchar aquellas palabras, visualizó el día en que él le había puesto un nuevo nombre, uno propio e intransferible, le había llamado “Lady Cold Hands”. Era la única persona que le llamaba así, y a Lilyth le invadía una extraña sensación cada vez que pronunciaba ese nombre.
De repente, se acordó de la razón por la que estaba allí esperando, convertida en un mar de nervios, y rompió a llorar. No quería perderle, quería que él siguiera llamándola “Lady Cold Hands”, y quería que aquella extraña sensación siguiera apareciendo cada vez que lo hacía. Derramó una lágrima por cada cosa que no había sido capaz de decirle, por cada cosa que le diría ahora si le dieran la oportunidad, y fueron muchas las lágrimas que resbalaron por sus blanquecinas mejillas.
Volvió entonces la vista hacia esa gigantesca puerta de metal, tras la que se encontraba el hombre del que estaba enamorada. “No te mueras”, pensó, “ni se te ocurra morirte, o nunca tendré la oportunidad de decirte lo que siento por ti”.
Al otro lado de aquella puerta, él estaba tendido en la mesa de quirófano, soñando, o recordando. Soñaba con el día en que la conoció, le había parecido tan hermosa, tan frágil como una muñeca de porcelana, pero a su vez fuerte, abrigada por su chupa de cuero. La había amado desde ese primer día, y supo que estaban hechos el uno para el otro. Sin embargo, por miedo al rechazo, o a alejarla de él, no se lo había dicho nunca. Tenía que salir de allí, debía sobrevivir, se sentía obligado a decirle lo que sentía por ella, así que decidió que saldría vivo de aquel quirófano.
Puede que todo aquello, los recuerdos, la ambición por sobrevivir, fueran simplemente un sueño o una alucinación producida por la anestesia, pero él lo recordaba perfectamente cuando despertó en la cama de la blanca habitación, con ella a su lado sosteniéndole la mano. Entonces, se dijeron sin rodeos todo lo que por miedo no se habían dicho hasta ahora, resultó que los temores de ambos eran infundados, estaban destinados, al fin y al cabo.
Y tú, ¿a qué esperas para decirle lo que sientes?

3 comentarios:

El Ente dijo...

Una bella historia de amor, con final feliz. ¿cuantas veces no hemos dicho a alguien lo que sentiamos, por temor a ser rechazados, o por temor a que esa persona ya no nos brindara ni siquiera su amistad?

Muy buen relato Laura!!

Un beso

Anónimo dijo...

Amen
Laura y calidad de escritura todo uno
Saludos

Anónimo dijo...

Muy romántico... con un relato así, a quién no le entran ganas de hacer todas las declaraciones pendientes antes de que pudiera ser demasiado tarde. Un besote

Ángel